En Espera del Sacerdote
Durante el sínodo de los obispos dedicado al tema de la Eucaristía (octubre de 2005) se discutió en numerosas ocasiones sobre el problema de la falta de sacerdotes.
En muchos lugares del mundo no hay sacerdotes o los sacerdotes deben atender simultáneamente varias comunidades. Por este motivo, hay poblados en los que durante semanas, meses, o incluso años, no se celebra la Eucaristía. Es decir, no se vive plenamente el domingo, pues “sin Eucaristía no podemos vivir”.
¿Qué hacer en estas situaciones? Un intento de solución consiste en organizar asambleas litúrgicas dominicales para leer el Evangelio, para recordar el Amor de Dios, para orar juntos y sentirse, en cierto modo, parte de la Iglesia que nace y vive de la Eucaristía.
Estas asambleas han sido llamadas por algunos “liturgias en ausencia del sacerdote” o “asambleas dominicales en ausencia del sacerdote”. Pero en el sínodo algunos obispos propusieron que se les diese un nombre más sugestivo: “asambleas dominicales en espera del sacerdote”.
Esta propuesta ha quedado recogida en la proposición número 10 que los padres sinodales presentaron al Papa Benedicto XVI. Esta proposición lleva como título “Modalidad de las asambleas dominicales en espera del sacerdote”.
Basta el título para hacer una reflexión sobre este tema. La Eucaristía es posible sólo allí donde hay sacerdotes. Los sacerdotes, a su vez, existen en tanto en cuanto están llamados a administrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y a predicar la Palabra de Dios.
Una comunidad cristiana no puede vivir sin alimentarse de la Eucaristía. Sufre intensamente por la falta de ese momento que es el centro de la vida de la Iglesia. En su oración, que arranca de la fe de los fieles que se reúnen el domingo para alabar a Dios y darle gracias por su Amor, los bautizados viven con la esperanza intensa, con el anhelo profundo, de que pronto llegue un sacerdote, de que el Señor mande un obrero a esa zona que también es parte de su mies (cf. Mt 9,38).
Las dos siguientes proposiciones del sínodo (números 11 y 12) tratan precisamente del tema de la falta de sacerdotes y de la urgencia de una más profunda pastoral vocacional. Todos los bautizados debemos sentirnos interpelados por esta situación, para que cada día haya más jóvenes dispuestos a reconocer la llamada de Dios, a aceptarla y vivirla. De este modo, aumentará el número de sacerdotes. Sólo entonces más comunidades podrán vivir plenamente el domingo a través de la celebración del misterio central de su fe, a través de la Eucaristía celebrada por un sacerdote.
Las asambleas “en espera de sacerdote” desean, un día no muy lejano, convertirse en asambleas llenas de alegría porque gozarán de la presencia de un sacerdote. Sus manos tomarán el pan y el vino. Sus labios dirán las palabras de la consagración. Y Jesús, Pan de vida, se hará presente entre los bautizados, será su esperanza, su fortaleza, su consuelo, su amor, su vida plena.