El valor de la Unidad Familiar
De acuerdo con la mayoría de las investigaciones sobre los valores del mexicano, el de Unidad es el que ocupa el primer lugar entre los valores familiares. La primera impresión es que algo anda mal en este dato. ¿Cómo puede ser que la unidad familiar sea un valor tan elevado, cuando todos vemos familias desunidas en grandes cantidades? Es cierto que, según el censo del 2000 hay 3.3 divorciados por cada 100 casados (suena a muy poco, ¿verdad?), y 7 separados por cada 100 casados. Pero las cifras frías no muestran las separaciones de hecho, los abandonos de hogar y otras formas de separación de la familia.
¿Será posible que ambas cosas sean ciertas a la vez? Claro, es posible por la tendencia que todos tenemos a ser incongruentes.
En un panel de especialistas en trabajo con familia, cuando se presentó esta aparente contradicción, una terapeuta familiar con muchos años de experiencia decía al grupo: “No saben ustedes las cosas que la gente soporta con tal de conservar la unidad familiar”. Esto también es cierto. Los mexicanos (y sobre todo las mexicanas) somos muy aguantadores.
Pero, en esos mismos paneles, surgió otro aspecto. Este valor de la unidad, en términos generales, se da mucho más con respecto a la familia de origen (padres, hermanos, abuelos, tíos) que respecto a la familia que uno forma (esposa, hijos). Muchas veces, a la esposa o esposo se le considera como ajeno a la familia. Recuerden ese dicho “¿Porqué he de mantener a una señora que ni es de mi familia?”, refiriéndose a la esposa. A la familia de origen se le aguanta todo; a la esposa o esposo… ya es otro asunto.
Algunos estudios anteriores sobre los valores de los mexicanos dan pistas en este sentido. Por ejemplo, un estudio muy serio titulado “Como somos los mexicanos”, hecho en los noventa, encontró que para la mayoría de nosotros el mandamiento más obligatorio es Honrar Padre y Madre. O sea, lo más importante sería la familia de origen. Por cierto, el de amar a Dios sobre todas las cosas quedo en ¡cuarto lugar!
Este no es un asunto menor. Apreciamos la unidad con nuestra familia de origen y la disfrutamos. Nos parece muy importante, pero ¿qué pasa con la familia que nosotros formamos? Esta es la familia de origen de nuestros hijos; ¿no se merecen ellos vivir también la unidad entre sus padres? ¿No se merecen ellos esa misma unidad que nosotros tanto valoramos?
Por otro lado, aquellas familias que, por cualquier causa se separaron, o que no se formaron completas, por abandono, maternidad soltera, viudez o cualquier otra causa, para ellos también es un valor la unidad entre los que comparten su vida en común y la tarea de apoyarse mutuamente y hay que cuidarla tanto como en la familia tradicional.
Este es un valor que no se da con facilidad. Requiere trabajar -luchar- para que sea una realidad. Ciertamente, en nuestra cultura nacional, se le aprecia mucho, pero no se da en los hechos con facilidad. La pregunta que nos debemos hacer es ¿realmente vivo este valor en la familia que yo, por decisión propia, formé? ¿Les doy a mis hijos la oportunidad de gozar del tesoro de la unidad en la familia que los trajo al mundo? ¿En qué lugar lo coloco en esa jerarquía de mis valores? Efectivamente, ¿es el primero de los valores o queda en un lugar menor?