“Estoy tetrapléjica, apenas veo, no puedo hablar, me alimento y respiro de manera artificial y dependo de los demás absolutamente para todo. Mi materia está presa, pero mis pensamientos y sentimientos son libres. Nadie puede pensar o sentir por mí. En eso y sólo en eso soy libre. No faltan los que opinan que soy un vegetal y que mi vida no tiene valor ni sentido, pero un vegetal que piensa y siente puede ser capaz de escribir y hacer pensar y sentir a los demás. Cada mañana siento que estoy viva, aunque mi cuerpo está paralizado...”
Son palabras de Olga Bejano, 40 años, tetrapléjica desde 1987. Son palabras que nos hacen reflexionar sobre el sentido del dolor, sobre la vida y la muerte, en un tiempo en el que abundan noticias sobre suicidios y sobre peticiones de eutanasia.
Cuesta ver sufrir a otros. Cuesta más tener que sufrir uno mismo. Cuesta muchísimo más, sufriendo o sin sufrir, estar solos, no recibir amor, no ser valorados como seres humanos dignos de respeto.
La medicina ha progresado mucho en los últimos años. Junto a la ayuda que ofrecen las técnicas y la medicina moderna y la destreza de tantos médicos y enfermeros, los que sufren necesitan también apoyo, comprensión, acogida. Sufrir en abandono y soledad es terrible. Sufrir con la presencia y el afecto de los familiares, de los profesionales de la salud, no será ciertamente fácil, pero será más llevadero.
Será más llevadero... No todos piensan así. Por eso algunos quieren escapar, terminar cuanto antes una situación de angustia, de dolor, de inutilidad total. Quieren escapar, porque no ven, como Olga, que su enfermedad también puede tener sentido, que su dolor no les quita la libertad, que mientras haya vida es posible responder al afecto que nos dan. Aunque sólo sea con una mirada de gratitud a quien humedece los labios del enfermo y le da un pequeño masaje en la piel cansada.
Cada vida humana encierra un tesoro incalculable. Descubrirlo es una vocación de cada uno. También el enfermo vale, como todos, con su dolor, con su pena, con sus esperanzas y temores. Por eso nadie puede permitirse el adelantar su muerte, ni el aplicar esa eutanasia que algunos piden como derecho.
El mejor “no” a la eutanasia lo dicen quienes, como Olga, saben lo mucho que es sufrir y, a la vez, lo bello que es caminar con esperanza hacia adelante, en este tiempo que queda, mientras la vida sostenga un corazón que ama.
Las palabras de Olga Bejano, escritas tras largas horas de esfuerzo y llenas de una ilusión que es posible para todos, nos lo recuerdan con el testimonio de su vida: “Los defensores de la eutanasia olvidan que cada vida es única e irrepetible y que cualquier vida tiene todo el valor posible. Si hubiese una vida sin importancia, ninguna sería importante”. La tuya, Olga, como la de todos los sanos y enfermos, vale mucho. No podemos, por eso, prescindir de ti sin arruinar ni destruir lo más grande que existe en esta tierra: la capacidad de amar y ser amados.