Pasar al contenido principal

El padre

Muchos católicos comparten la experiencia de haber conocido a un sacerdote que, de alguna forma, ha sido como un padre para ellos. Son muchos menos los que pueden decir, como el escritor inglés John Ronald Reuel Tolkien, que un sacerdote ha sido para ellos como un padre, «más que la mayoría de los verdaderos padres». Cuando la madre de Tolkien enviudó, en 1896 -el joven Ronald tenía cuatro años-, comenzó un camino que acabó llevándola a la Iglesia católica, junto a sus hijos y su hermana May, en 1900. El rechazo de la familia fue fulminante e hizo claudicar a May, pero no a Mabel, que se encontró sola y enfrentada tanto a su familia como a la de su marido, y sin la ayuda económica de sus parientes.

La proximidad de una de las humildes casas en las que vivieron al Oratorio de San Felipe Neri, fundado por el cardenal John Henry Newman en Birmingham, les permitió conocer al padre Francis Xavier Morgan, que se convirtió en un valiosísimo amigo. Las tensiones y la pobreza afectaron seriamente a la salud de Mabel, que murió en 1904. Tolkien siempre la consideró una mártir, que «se mató de trabajo y preocupación para asegurar que conserváramos la fe». Una preocupación que siguió manifestándose después de su muerte, pues había designado al padre Francis como tutor de sus hijos. Al cuidar y educar al joven, el sacerdote hizo posible que éste llegar a escribir sus famosísimas obras (como El Señor de los Anillos o El hobbit), y también que éstas estuvieran imbuidas de catolicismo.

Les buscó alojamiento, se ocupó de sus estudios, aportó dinero de su familia a la magra herencia de los niños y los llevaba de veraneo. Los chicos, que eran monaguillos en la Misa de la mañana del Oratorio y desayunaban en el refectorio antes de ir a la escuela, llegaron a considerar este lugar como su verdadero hogar. Del padre Francis, Tolkien afirmó haber aprendido, «por primera vez, la caridad y el perdón».

«Le debo todo al padre Francis y tengo que obedecer», escribió Tolkien cuando el sacerdote se opuso a que el joven, de 17 años, continuara su incipiente noviazgo con Edith, que luego se convertiría en su esposa. La obligación que le impuso de esperar hasta los 21 años para volver a verla enturbió la relación con el clérigo, aunque, al final, éste recibió con gran ternura y buenos deseos la noticia de su matrimonio. Muchos años después, los hijos de Tolkien aún recordaban cómo el padre Francis les visitaba en su lugar de veraneo y el gran cariño que prodigaba a todos.