El orfebre de la vida
El cuento del diamante del rey
1) Para saber
En esta Cuaresma la Iglesia nos invita una conversión. En el Rito de la imposición de ceniza con que comienza este periodo, suele recordarse al momento de ponerla: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Juan Pablo II recordaba que la conversión consiste en retornar a la gracia meditando en la inmensa bondad de Dios, buscando su perdón, para volver a empezar nuestro camino hacia Él.
Todos necesitamos la conversión, pues siempre es necesario luchar por no alejarnos de Dios y apartar lo que nos aleja de Él.
2) Para pensar
Al considerar nuestra flaqueza y nuestros defectos, podría aparecer el desánimo y la desesperanza. Sin embargo, precisamente es Dios el que con su ayuda y su gracia nos va transformando. Un cuento nos puede ayudar a comprenderlo.
Se cuenta que hace mucho tiempo, había un rey que poseía un diamante muy valioso. Era uno de los diamantes más grandes, raros y perfectos del mundo. Era el orgullo del reino y solía enseñárselo a todos los visitantes. Pero un día en que lo admiraba en lo alto de su castillo, se le cayó el diamante desde una gran altura a un foso. Inmediatamente mandó a rescatarlo, pero cuando al fin lo encontraron observaron que tenía rayada una de sus caras.
El rey llamó a los mejores joyeros y orfebres del orbe, para que intentaran corregir la imperfección. Sin embargo, todos coincidieron en que no podrían retirar el arañazo sin cortar una buena parte de la superficie, reduciendo así el peso y el valor del diamante.
Cuando parecía que no tenía remedio, apareció un orfebre, no tan famoso, que afirmó que él podría reparar el diamante sin problemas: “Desde mi juventud he observado mucho al mayor orfebre de todos y, con él, aprendí mucho. Por eso puedo garantizarle que sabré reparar el diamante sin reducir su valor”.
Su confianza era tanta que, convencido, el rey entregó el diamante al hombre.
Después de algunos días, el orfebre volvió con el diamante y se lo mostró al Rey. Éste quedó gratamente sorprendido al descubrir que el arañazo tan feo había desaparecido y en su lugar, había sido tallada una bella rosa. El arañazo anterior se había vuelto el tallo de una bella flor! Ahora incluso valía más el diamante al tener grabada una hermosa imagen.
El rey, entusiasmado, dijo al orfebre: “Has mostrado un gran ingenio, ¡qué bello trabajo y qué óptima idea! Ahora dime, ¿quién es ese gran orfebre que fue tu maestro?” El orfebre respondió: “Es Dios mismo, el orfebre de la vida. Desde joven he observado cómo está siempre con nosotros, transformando, por su misericordia y poder, nuestros feos arañazos en algo bello”.
3) Para vivir
Es verdad que Dios, con su gracia, especialmente en los Sacramentos, nos va transformando. Por eso, al recibir uno de ellos, por ejemplo la Eucaristía o la Confesión, hemos de hacerlo con ánimo de convertirnos, con afán de recomenzar nuestra lucha, confiados en el Señor. Basta nuestra verdadera contrición, para que Él transforme esos feos arañazos en bellas flores.
San Josemaría Escrivá nos recuerda y anima a vivir con esta actitud constante de conversión: “Rectificar. –Cada día un poco. –Esta es tu labor constante si de veras quieres hacerte santo.” (Camino n. 290).
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