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El obsequio de la fe

 El obsequio de la fe

Para quienes gozamos de la fe en Dios, la vida adquiere una luz especial. La realidad, siendo la misma ante creyentes y ateos, es muy distinta para unos y otros. Para quienes no creen en Dios nuestra fe es un mecanismo de defensa frente a lo que no podemos entender; es un refugio donde curar nuestras angustias; es una fuerza, sin entidad real, que nos mantiene de pie. Por eso -deducen- existen tantas religiones.

El hecho de que los hombres hayamos “creado” muchos dioses no excluye la posibilidad de que exista un Dios verdadero independiente de todos los dioses falsos, de igual forma como en Aritmética 2+2=4, y ésta es la única verdad, aunque existan millones de respuestas equivocadas al 2+2=X.

Para explicar la existencia de Dios partimos del orden que hay en el universo, pues donde hay orden debemos buscar una inteligencia que lo haya puesto. El orden no se da por casualidad, así pues, elevar el acaso de la energía y la materia como explicación de la armonía en la naturaleza es darle a la “chiripada” categoría científica, lo cual a todas luces es anticientífico.

Si al ser culpados por algún delito que no cometimos -y teniendo todas las pruebas en nuestra contra- alguien se acercara a nosotros preguntándonos si fuimos nosotros los autores, y al negarlo nos dijera: “Pues yo te creo; tu palabra me basta. Yo creo más en ti que en todas las evidencias que te acusan”, será lógico que en nosotros se despierte un sentimiento de gratitud hacia esa persona.

Ahora bien, cuando los católicos aceptamos la presencia de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía estamos haciendo un acto de absoluta confianza en sus palabras al invitarnos a comer su cuerpo, asunto que ante los ojos, el tacto, el gusto no es así; es más, ante nuestra inteligencia tampoco es posible. De esta forma, le decimos a Jesús: “Si tú lo dices, tu palabra me basta. Yo creo más en ti que en todas las evidencias que te niegan”. Esta es la causa de que nuestra fe merezca recompensa.

Pero la fe sola no basta. Nunca faltan esos teólogos que predican la salvación universal para todo el que se muere, sin importar cómo hayamos vivido, poniendo en barata la vida eterna. Es lógico que éstos tengan muy buena prensa. Su “rating” siempre será muy alto, ¿y cómo no?, si lo que todos queremos es ir al cielo sin importar cómo vivamos. Pero esto contradice las enseñanzas de Jesús cuando habla de un juicio en el que separará las ovejas de los cabritos. Los que hayan cumplido las exigencias del decálogo como ley del amor, de aquellos otros quienes por egoísmo, soberbia, u otras razones se hayan olvidado de servir a Dios sirviendo a los demás. Para hablar de religión hay que estudiarla, no es cuestión de sentimientos.