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El mundo no es un convento

A algunos nos da por olvidar lo inmediato y acordarnos de lo añejo, lo cual se conoce como reminiscencias, y con base en una de ellas les contaré una anécdota sin mayor trascendencia. Allá por el año 1967 tomaba un curso en un pueblito cercano a la ciudad del Aqüila, Italia, en el que coincidimos varios estudiantes de posgrado de diversos países. 

El pueblo se llama Tor d’ Aveia, y es bastante pequeño, siendo la casa donde nos hospedábamos la mayor del caserío. Casona de abolengo, la cual sirvió como cuartel general, en aquella región, para los altos mandos alemanes durante la II Guerra Mundial. Pues bien, una de tantas noches fuimos inundados por la música de un acordeón, tocado magistralmente, el cual servía como orquesta para una fiesta popular de los habitantes de aquel, casi siempre, sereno lugar.

Algunos de nosotros, felices por el acontecimiento, nos asomamos a las ventanas para disfrutar, aunque sólo fuera con la mirada y el oído, de aquel singular evento en el que participaba mucha gente mayor, dado que en esos lugares se ha producido un éxodo muy serio de los jóvenes a las grandes ciudades en busca de trabajo y de un estilo de vida más acelerado.

Estando así las cosas no faltó en nuestro grupo el típico aguafiestas, que consideraba como una falta de justicia hacia nosotros aquel desorden pues no nos dejaban dormir, e incluso sugirió que llamáramos a la policía del lugar para que viniera a poner orden. Sin embargo, y para desgracia de nuestro administrador de funerarias, quien tocaba el instrumento, era precisamente uno de los “carabinieri” del pueblo.

Estos recuerdos me vinieron a la mente al encontrar una cita de uno de los hombres que mejor han interpretado nuestra época: Josemaría Escrivá -hoy beato- donde afirma: “No hay porqué diluir las fiestas populares; hay que ennoblecerlas. ¿Por qué no van a poder divertirse las personas? El mundo no es un convento”.

Todos entendemos que un convento es un lugar donde reina el silencio en un ambiente de paz, lo cual no quiere decir que sea un lugar sin alegría, pero la alegría no es algo que requiera necesariamente de manifestaciones estruendosas, de alcohol, de rock, o de mariachis. El júbilo puede ser tan profundo como sereno, sin embargo, el mundo no es un convento, y en la medida de lo posible, hemos de disfrutar de una vida que puede ser maravillosamente alegre y amable si todos ponemos lo que está de nuestra parte. 

Ahora bien, cada día son más quienes desean dedicar su vida simplemente a divertirse, y por ello, hablarles del cielo a los niños es como invitar a una quinceañera a visitar museos. ¿Cómo va a ser atrayente el cielo, si seguramente en él no habrá nintendos? En cierta forma podemos decir que el mundo actual está dirigido a producir “ludópatas”. Las ludopatías son las alteraciones patológicas de la personalidad que están enfocadas de forma obsesiva a disfrutar de los juegos. ¿Tiene usted una idea de cuánto dinero gastan los niños de familias pobres en las máquinas de juegos electrónicos? Yo se lo voy a decir: mucho; y quien cae en este vicio fácilmente podrá sucumbir en el vicio del trabajo: “profesionalitis”, sobre todo cuando éste se realice en una computadora. También aquí vale lo de: nada con exceso, todo con medida.