La historia de este “ángel” que se llama Gianluca comenzó así… Había nacido espléndido. Crecía, dormía como todos y sonreía más que todos. Era la alegría de la familia. Pero a escasos cinco meses de su nacimiento sus papás percibieron en él ciertos movimientos extraños. Nadie supo explicarles el porqué. Después de algunos análisis médicos, los doctores concluyeron que se trataba de epilepsia. Gianluca alojaba en su diminuto cuerpecito el síndrome de West, uno de los más graves que acechan el primer año de vida.
Un hijo… El hijo tan soñado y querido… Había nacido bien, como todos los niños… Y a los cinco meses… «De una inmensa alegría habíamos pasado al dolor más grande», recordaban Francisca y Lucas, papás de Gianluca. ¡Y pensar que no es la única familia que tiene un hijo "diferente"! ¿Diferente?
Es verdad que hubo progresos, pero lentos y a pequeños pasos. El primer médico nos les diagnosticó un futuro muy esperanzador: «Podrán llevarlo por ahí sólo en el cochecito de niño».
Gianluca, sin embargo, a sus tres años ya había desmentido ese triste veredicto. No sólo ha comenzado a caminar. Ahora corre, salta y baja las escaleras. Todo ha sido una avalancha de éxitos y de resultados positivos. Aunque no habla, el niño se comunica con los ojos y expresa sus estados de ánimo.
Ironías de la vida: muy al contrario de muchos chiquillos más “normales”, va al colegio de muy buena gana. Y todos sus profesores y compañeros de clase se muestran muy atentos, lo miman y le ayudan en todo.
No por esto, los papás no han dejado de sufrir. Con mucha confianza, la mamá confiesa: «Ha sido duro. Muy duro. Es como si se te hubiera muerto un hijo, el que tú soñaste, y encuentras otro, aquel verdadero. Sólo cuando entiendes que es tu hijo, sólo entonces lo aceptas completamente y lo quieres como merece, como una persona verdadera».
Y es que sin el amor no habrían podido recorrer este difícil camino. Juntos han sufrido, han llorado y también han participado de esta inmensa alegría que se llama Gianluca.
Este hecho nos demuestra que el amor no conoce confines; que los hijos no son nuestros: se nos confían. Son ángeles que nos acompañan por las calles de la vida. Comprender esta simple verdad, y experimentarla puede ser la roca de salvación para muchas familias “diversas”.
También es verdad que los seres humanos no nacemos felices o infelices, sino que somos lo uno o lo otro por nuestras decisiones. Felicidad o desgracia dependen de nuestra forma de amar. La felicidad no es una moneda perdida que se encuentra por la calle. Es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa, como una vida, como Gianluca.