El ejemplo de Juan Pablo II
Los sociólogos de nuestros días distinguen ya entre "ancianos jóvenes" y "ancianos más ancianos", entre tercera y cuarta edad. Y siguen buscando palabras y términos intrincados para definir y caracterizar un hecho real: el número de abuelos y de abuelas en el planeta tierra abarca una tercera parte de la población mundial.
Para muchos atravesar la puerta de los sesenta o de los setenta, se presenta como un trauma o una enfermedad irreversible. Pero no es así. Si la vida es un regalo de Dios, siempre y en cualquier lugar será bella, digna y emocionante. No podemos detener el sol y quedarnos con los albores del amanecer. El sol del atardecer es tan importante y necesario como el de mediodía. La primavera hace germinar las rosas, pero del otoño nace la vendimia. La vida no es un momento muerto, una experiencia congelada. Hora tras hora se suceden, estación tras estación siguen su curso irreversible. El secreto está en aprovechar y sacar el mejor partido de cada instante. El día tiene 24 horas, pero también mil bolsillos que llenar.
En cierto sentido, la vejez crece con nosotros. Y de nosotros depende darle calidad o degradarla. ¡Cuánto podemos aprender de Juan Pablo II! ¡Cómo envidio su visión más llena y completa de lo esencial en la vida! Para él, la edad es una tarea. Y aun hoy, después de XXV años de pontificado, le presenta retos que el Papa está dispuesto a conquistar.
Recuerdo un gracioso dibujo. Creo que lo vi en un calendario. No viene a mi memoria la firma. Tampoco importa mucho. Está pintado un hombre bastante mayor. No me atrevería a darle una edad. Sentado en una mesa, escribe y firma papeles. A un lado de él aparece un pequeño bloque de hojas que llevan por título: memorias. A su izquierda, un enorme bloque de pliegos con un cartelito: proyectos. Me imagino que el escritorio del Papa estará todavía más lleno de pliegos, cartas, documentos,...
¡Qué verdad tan grande! El hombre comienza a envejecer cuando sus recuerdos son mayores que sus proyectos. El día en que el reloj se para y corren las agujas hacia atrás, se muere. En ese momento se tira la vida. En ese instante se firma la sentencia de muerte.
Lo repito, la edad es una tarea. Se lo he escuchado al mismo Juan Pablo II. En cierta ocasión le vi saludar con mucho cariño a unos ancianitos. Se les acercaba, les escuchaba, sonreía,... Al final, les dirigió unas palabras: "Todavía tenéis una misión que cumplir, una aportación que dar". Y es que el Papa vive su edad con gran naturalidad. Lejos de ocultarla, la pone a los ojos y al servicio de todos. Bastón en mano prosigue los viajes apostólicos por todos los continentes, en todas las estaciones. Se diría que ahora su palabra arrebata más corazones. ¡Gracias, Juan Pablo, gracias por tu ejemplo de fidelidad y de constancia! ¡Gracias por enseñarnos a vivir! Por ello hoy, todos los cristianos del mundo coreamos a una voz: ¡Felicidades Santo Padre!