El dolor y el crecimiento personal
"Tierras de penumbra" es una gran película de Richard Attenborough que está basada en la obra de C. Lewis (Anthony Hopkins) y su matrimonio con Helen Joy (Debra Winger), que influye muy positivamente en él, una amistad estrictamente intelectual, cuando de repente se diagnostica a H.-Joy un cáncer… se casan para que ella tenga la nacionalidad británica, y el amor, que llega inesperadamente, hace salir a Lewis de su rutina, pues vive "encerrado en la cárcel de sí mismo", se siente solo y tiene miedo a poner el corazón en los demás. Cuando el cáncer se lleva a Joy, él queda sumido en un profundo duelo. Había dicho que Dios permite que los hombres sufran por un sentido (en el ensayo “El problema del dolor”); que mientras que otras cosas como la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que las sufre, el dolor no, “sentimos” que sufrimos, y escuchamos algo que en la conciencia nos grita: “el dolor es el megáfono que Dios usa para despertar a los sordos”; son ilusiones destrozadas, arde la rebelión, pero es oportunidad para quitar el velo de la apariencia de las cosas y ver la realidad de nuestra contingencia... Pero ahora, Lewis no “sentía” más que el corazón en carne viva, no ve sentido al dolor ("si conociera algún modo de escapar de él, me arrastraría por las cloacas para encontrarlo"): escapar del callejón sin salida. No sirven las palabras: «un poco de valor ayuda más que mucho conocimiento; un poco de simpatía humana ayuda más que mucho valor, y el más leve rastro de amor de Dios es lo que ayuda más que cualquier otra cosa».
Sentimos entonces que nos duele perder a personas queridas, damos gracias a Dios por haberlas tenido… y seguimos cumpliendo nuestra labor, que después de la depresión, del cansancio, siempre es posible y necesario recomenzar. Recomenzar es renovarse, pensar en los demás (también en “sacrificio” por la persona que hemos perdido, y que necesita nuestra alegría). Uno crece cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas. ¿Lloraste mucho?... Fue limpieza en el alma. “Y la vida continúa” es una película-documental de Abbas Kiarostami con una serie de momentos mágicos sobre las consecuencias del terremoto que ha asolado la zona de Roudbar (Irán, 1990), y que ha dejado muchas familias destrozadas, y muchos huérfanos. Como en la primera película (“El sabor de las cerezas”) también aquí va un hombre en coche (esta vez acompañado por su hijo: haciendo seguramente honor a “La strada” de Federico Fellini, su película favorita) en busca de un actor real, que él dirigió en otra película, y vemos los fortuitos encuentros con los supervivientes (frases mágicas, como: "nadie puede apreciar la juventud si no es viejo, nadie puede apreciar la vida si no ha visto la muerte"), diálogos en pura contemplación de un mundo que renace, un coro que clama por reconstruirse y volver a empezar, la necesidad de seguir viviendo “mientras tanto"… “Y la vida continúa”.
Va naciendo una luz, la esperanza de que uno crece, también con el testimonio de otros: «he visto —reconoce Lewis— gran belleza de espíritu en algunos que sufrían reveses... y he visto que la enfermedad final produce tesoros de fortaleza y humildad en individuos que eran muy poco valiosos». Se le revela al hombre la hondura de su propia libertad, porque es capaz de no sucumbir ante el dolor fuerte (compara la pérdida de amigos a la caída de las ramas del árbol, pero ahora ve que es el hacha que cae sobre la raíz…), sino que posee la paradójica capacidad de reconducirlo hacia su propia felicidad, puede superarlo: no con analgésicos, sino al contemplar que el Hijo de Dios muere en la cruz por amor, "el sufrimiento es el cincel que Dios emplea para perfeccionar al hombre". Ahí no hay palabras: "Él sabe más"… "vivimos en tierras de penumbra"; pero "hay luz en la oscuridad".
Llucià Pou Sabaté