El mal es -en definición clásica- la privación del bien debido: la enfermedad de la salud, la muerte de la vida, el hambre de la saciedad, la tristeza de la felicidad, etc. Es decir, no tiene consistencia propia, se define con relación al bien del cual es privación; más que positividad es carencia. Por ello no es admisible el principio maniqueo que sostiene la existencia simultánea de dos principios opuestos, uno del bien, otro del mal, en continua lucha y constante desequilibrio. Sin embargo el mal es real, y lo más misterioso de su realidad estriba en la presencia personal que está en su origen: un ser espiritual, y por lo tanto inteligente que lo va difundiendo.
Pero ¿qué significa irlo difundiendo, si el mal se define como privación y no tiene consistencia propia? Que lo propio del obrar diabólico es corromper el bien. No es original, no crea nada nuevo, sino a lo que está, a lo que existe y es bueno lo destruye, lo trastorna, lo corrompe. Por ello la actuación diabólica se descubre particularmente cuando destruye, corrompe y desvirtúa lo que era bueno y funcionaba, lo que estaba bien. Ahí se nota particularmente el carácter inteligente del Espíritu del Mal, conocedor de la flaqueza humana y de la ignorancia de la propia debilidad que con tanta frecuencia nos aqueja a los hombres. El Diablo juega admirablemente con esa ignorancia, fomentando la presunción y la suficiencia de un ser que por definición es precario y dependiente, no solo en el ámbito biológico, sino principalmente en el espiritual: el hombre.
¿Cómo actúa? Un modo típico son las “casualidades negativas”. La pistola nunca está cargada, sólo cuando el niño juega con ella; un marido ama mucho a su mujer, pero en su viaje de negocios es llevado a un lugar de promiscuidad como parte del paquete; la persona que decide hacer un rato de oración comienza a recibir mensajes, llamadas twiter, facebook, etc., justo cuando se dispone a orar, etc.
El Diablo tiene también algunas "obras maestras", fruto de su inteligencia espiritual, de su experiencia de la debilidad humana. Podríamos decir que sabe "jugar muy bien a la carambola", de forma que hace concurrir multitud de casualidades con el propósito de hacer tropezar a los que buscan servir a Dios, de forma que no descubran en un primer momento el peligro, o una vez descubierto quizá sea demasiado tarde. Se disfraza muy bien y como las serpientes venenosas, puede esconder por largo tiempo el peligro de una situación determinada. Esa es su acción más insidiosa, por escondida y peligrosa, que está encaminada a detener el ímpetu de aquellos que buscan servir a Dios en este mundo y ganar almas para Cristo. No en vano el Señor dijo: "sean prudentes como serpientes y sencillos como palomas", y San Pablo "no hay que dar ocasión al mal" y el salmista: "de los pecados ocultos sálvame Señor, y custodia de la soberbia a tu siervo".
A veces nos preguntamos cómo personas que durante algún tiempo difundieron luz y claridad después producen sombra y oscuridad. El fenómeno no es nuevo, la Sagrada Escritura está plagada de ejemplos: Salomón, Judas, Demas y un triste largo etcétera. No digamos la historia de la Iglesia: escritores y predicadores en un tiempo prolíficos y fecundos, se vuelven estériles; campeones de la ortodoxia que pasan a ser paladines de la herejía. La explicación es sencilla: el diablo no se toma vacaciones, y entre más bien hace una persona, ésta se torna en una presa más codiciada para el Espíritu del Mal. Por ello, entre más bien hace una persona, más humilde se debe volver –o luchar por serlo al menos- si no quiere conseguir que sea más aparatosa su caída. No en vano dice San Pablo: “Quien piense estar en pie, que mire, no vaya a ser que caiga”.
La realidad de la actuación diabólica, la conciencia de que tenemos pecado original, y por ello concupiscencia, es decir, atracción por lo desordenado y pecaminoso, no deben retraernos de hacer el bien, o de tener metas ambiciosas de servicio o en la vida espiritual. Deben llevarnos a ser prudentes, humildes y a rezar más. Cuanto más presenciemos la acción del Espíritu del Mal en el mundo, con mayor fuerza debemos buscar el apoyo en Dios, con paz y serenidad, conscientes de lo que sentencia el Apocalipsis: “Que el injusto siga haciendo injusticias, que el impuro siga siendo impuro, que el justo siga practicando la justicia, y que el santo se santifique más”.