Perplejo y boquiabierto se queda el lector católico al constatar la osadía, irreverencia y falta de fundamento, con que los ateos e increyentes entran a saco en el depósito de la fe y hacen mofa, con espíritu liberal y superior, de las verdades reveladas por Dios, en las que ellos alardean no creer. Tal es, entre otras muchas, la existencia del demonio.
El ilustre académico y confeso ateo, Francisco Nieva, se despacha a gusto, en una extensa colaboración ( La Razón 3/10/04) sobre el tema Los niños y el demonio.
Sin aducir ni una sola prueba de su inexistencia, escribe que desde pequeño “se convirtió para mí en apoyatura literaria para asustar a los niños, supuestamente más crédulos que yo. Hoy, completamente divorciado en mi interior de la mitología cristiana, miro con ternura melancólica mis relaciones infantiles con el demonio.
Un amplio artículo, en el que sin respeto alguno a las creencias ajenas, da por sentada la invención del demonio para asustar a los niños.
Ni la revelación de Jesucristo, ni las abundantes páginas de la Biblia, ni el Magisterio oficial de la Iglesia en sus Concilios, ni los relatos escalofriantes de satanismo, avaladas por toda clase de testigos, tienen valor para él.
Si con idéntico escepticismo, alguien osase poner en entredicho la veracidad de sus escritos académicos, seguro que sería condenado por él mismo, inmisericorde, al infierno de la ignorancia y cretinez.