Llegan malas noticias para la causa de la vida. Un día leemos que un país legaliza un nuevo motivo para el aborto. Otro día, que aumenta el número de jóvenes muertos por droga. Otro, que la eutanasia va a ser aprobada aquí y allá. Otro, que la clonación no fue prohibida en la ONU porque algunos quieren tener permiso para crear embriones clonados para experimentar con ellos y destruirlos. Otro, que se usarán miles y miles de embriones abandonados en Europa y América como si fuesen sólo material biológico de gran utilidad... Ya nos parece algo normal el que millones de mujeres se esterilicen (a veces por engaño o por miedo) o que usen anticonceptivos que van contra su dignidad y su integridad física.
La campaña contra la vida cuenta con enormes cantidades de dinero, con el apoyo de algunos importantes medios de comunicación, y con el engaño sistemático en el que han caído millones de personas.
Muchos católicos han caído en la trampa. No es extraño escuchar frases como esta: “yo estoy en contra del aborto, pero no puedo imponer mis ideas a otros”. Parece que olvidamos que el aborto no es un asunto personal como lo puede ser el rezar por las noches antes de acostarse. El enemigo ha entrado en casa, nos ha agobiado con sus mentiras, ha adormecido nuestra conciencia...
Ante la avalancha de noticias y de fracasos, ante las críticas constantes que sufre la Iglesia por defender a los débiles, los enfermos, los abandonados, los hambrientos, puede venir la tentación del desaliento, de la rendición, de la huida. Pero un católico, si lo es de verdad no puede desanimarse, aunque todo parezca oscuro.
Podríamos recordar lo que pasó con las dictaduras comunistas. Murieron miles de inocentes, engañaron a millones de incautos, destruyeron la fe en muchos corazones. Pero nunca dejaron de brillar pequeñas luces aquí y allá, rayos de esperanza. Un día el muro cayó en mil pedazos.
La mentira puede difundirse en uno, diez o mil medios de comunicación social, pero la verdad es más fuerte. La propaganda puede ridiculizar a los cristianos y a los hombres y mujeres de buena voluntad que luchan a favor de los enfermos y los niños no nacidos, pero el amor es más fuerte que las mentiras y la arrogancia de algunos poderosos.
No todo está perdido. En medio de la propaganda anti vida, incluso entre quienes han defendido el aborto o la eutanasia, ya hay señales de conversión, de cambio. Son pequeñas estrellas de bondad en el horizonte humano. Un médico que cometió miles de abortos, Bernard Nathanson, es ahora un David pro vida que se enfrenta al Goliat de la muerte. La mujer por la que se permitió el aborto en Estados Unidos, “Jane Roe” (su nombre verdadero es Norma McCorvey), se ha hecho católica. Gira ahora por los Estados Unidos para defender a las mujeres, para evitar que cometan ese enorme crimen de eliminar a sus hijos.
Aquí y allá empiezan a hablar mujeres (y también de hombres) que lloran por haber sufrido presiones para abortar, por haber sido engañadas. Quieren librarse del dolor de haber permitido un aborto que nunca puede ser una solución digna de la grandeza y del respeto que merece cada uno de los seres humanos, también los más pequeños, de los propios hijos.
Si somos de verdad cristianos, nos comprometeremos con toda nuestra ilusión y entusiasmo en la defensa de los derechos humanos de los pobres y de los desamparados, y en la construcción de un mundo en el cual ninguna madre sea presionada para abortar al hijo de sus entrañas.
David sólo tiene fe y amor. La lucha es desproporcionada. Quizá todavía habrá que aguantar nuevas derrotas. No importa. La verdad y el amor no pueden ser eliminados del corazón del hombre. La Iglesia de Cristo seguirá adelante, con alegría, con confianza, en la defensa del “Evangelio de la vida”. David vencerá a Goliat.
Algún día se derrumbará la mentira que ha engañado a tantos médicos y a tantos hombres y mujeres del planeta. Lloraremos, entonces, un sinfín de injusticias y de crímenes. Esas lágrimas serán acogidas por Dios, que sigue siendo un Padre bueno. Nos perdonará, nos levantará, nos lanzará a trabajar por el amor y la justicia, por el respeto a cada vida humana. También de los más pequeños, los fetos, los embriones congelados, los pobres, los enfermos, los que esperan una palabra y un compromiso por la cultura del amor y de la vida...