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El cielo en la tierra

El mundo se hace más luminoso, más bello, cuando vivimos según el querer de Dios. Porque al vivir según Dios traemos un “poco de cielo” a la tierra.

“La tierra llega a ser «cielo» si, y en cuanto que, en ella se realiza la voluntad de Dios”, escribe Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”. Puesto que, recuerda el Papa, “la esencia del cielo consiste en ser una sola cosa con la voluntad de Dios, la unión entre voluntad y verdad”.

Cuando vivimos según nuestros caprichos, nuestros proyectos, lejos de lo que sea la voluntad de Dios, la tierra “es solamente «tierra», el polo opuesto al cielo” (Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”). En cambio, cuando rezamos el Padrenuestro pedimos que venga el cielo, que la tierra empiece a ser distinta. Porque entonces deseamos de corazón que “se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Al amanecer, podemos preguntarnos: ¿cuál es el centro de gravedad de mis pensamientos, de mis decisiones? ¿Qué deseo realizar, cómo me gustaría vivir hoy? Puedo vivir según los mandamientos, puedo acoger el querer de Dios en mi vida, puedo orientarlo todo alrededor del amor. Así el cielo avanza, la tierra se transfigura, los demás descubren un horizonte distinto, hermoso, bueno.

Al anochecer, sin embargo, descubrimos muchas veces que dominó la tierra: el egoísmo, el mundo, la carne, el demonio, fueron el criterio que controlaba mis actos: un trabajo, un saludo, un momento de pereza, una llamada telefónica, una mirada furtiva a alguien que pasaba por la calle...

Caímos en una “trampa mortal”: centrar la vida en uno mismo es el mayor fracaso, la derrota más profunda. Porque alrededor del egoísmo y de la tierra no podemos ganar nada. En cambio, “podemos ser nosotros mismos si nos abrimos en el amor, amando a Dios y a nuestros hermanos” (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes en Asís, 17 de junio de 2007).

Por eso necesitamos, cada día, pedir a Dios que perdone, que limpie, que cure tantas heridas. Buscaremos su ayuda, acudiremos a su misericordia en el sacramento del perdón, desearemos saciarnos con el Pan Eucarístico.

Si opto por hacer lo que me pida el Amado, su Voluntad, su Evangelio; si dejo de pensar en mí mismo y pongo mi centro en el corazón mismo del Dios bueno: entonces el cielo iniciará aquí en nuestra tierra necesitada de esperanzas, porque habrá menos egoísmo y más amor sincero en mi alma.