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El Camino vino a nuestro encuentro

Perdidos. Quizá en un bosque, en los campos, o entre las calles de una gran ciudad. Perdidos. En medio de los ruidos, la música, las fiestas y la gente. Perdidos.

Una luz brilla en el horizonte, o encima del humo. Algo, alguien nos dice que la vida es algo más que inquietudes, placeres y fracasos. Algo, alguien, nos susurra que no nacimos para rellenar papeles, teclear ante una pantalla o ajustar clavos.

Quisiéramos salir, romper la monotonía de la falsa vida, iniciar el camino hacia la Patria, dejar correr los sueños y realizar los amores más profundos. Quisiéramos romper con el pasado, con los miedos, las traiciones y las mil cobardías que han deshecho nuestros propósitos más bellos.

Quisiéramos... El tiempo pasa, la lluvia llega de los cielos, la golondrina gira, nuevamente, mientras la tarde se llena de nostalgia.

Si alguien nos tendiese una mano, nos indicase el camino, nos diera pan para la marcha... Si alguien fuese luz y esperanza, energía y sosiego, amistad y dicha, a pesar de las tristezas, a pesar de las mil tentaciones de la vida...

Un día el Camino vino a nuestra tierra. La Vida se hizo nuestra. La Verdad habló a los pequeños. La Iglesia, entre tormentas, hace presente al Dios nuestro. La Luz brilla en las tinieblas. Los humildes entran en el Reino. Los soberbios siguen perdidos en sus miserias. María canta un Magníficat, mientras la mañana de la Pascua disipa las tinieblas y guía a los que han sabido dar su sí, sin miedos.

El Padre, en los cielos, nos acompaña. No hay noche cuando Cristo penetra en nuestra historia, cuando sigue entre nosotros su presencia. La Eucaristía, donación y encuentro, Camino, Verdad y Vida, inicia. La oveja perdida ha sido encontrada. La fiesta ha comenzado. El banquete celebra, ya en este mundo, la victoria del Cordero, la redención del hombre, el regreso del hijo a la Patria del Dios bueno.