El carácter de un hombre es su destino. Todos desearían que las personas que están a su cargo fueran de una pieza: sinceras, armoniosas... es decir, personas de carácter. El carácter es la cualidad humana gracias a la cual las potencias superiores –inteligencia y voluntad- predominan sobre las potencias inferiores.
Cuando una persona se deja guiar por la sensación de los sentidos, por las tendencias sensibles o por el sentimentalismo, decimos que tiene un carácter débil. Cuando decimos que alguien tiene mal carácter, nos referimos a que se deja llevar por la ira, por el capricho o por el “qué dirán”, que finge, y no se muestra como es. Se dejan llevar por impulsos sensibles, sin intervención alguna de la inteligencia.
Cuando la voluntad se deja influir por los sentimientos más que por la inteligencia, ésta sufre una atrofia en su papel orientador de las tendencias de la voluntad Ello ocurre cuando el sentimiento prevalece sobre la razón. Si los sentimientos son buenos y, además, siguen a la razón, las acciones serán perfectas. La costumbre de que la voluntad siga al sentimiento constituye el centro de muchos malos hábitos y de las conductas desacertadas. Debe de haber armonía entre racionalidad y afectividad.
Una persona no vale por lo que es ni por lo que tiene sino por lo que decide. ¿Cómo lograr que los hijos decidan bien? Es una cuestión no resuelta del todo. Decidir correctamente es decidir a favor de la propia persona. Hay actos de la voluntad que por concordar con el bien del hombre, la amplían y fortalecen; y hay actos discordantes del bien humano que la encogen y debilitan.
La decadencia moral alude sobre todo a la falta de carácter. El oficio de padres se define, antes que nada, como el de formadores del carácter de sus hijos. Y la primera condición es que el amor de los padres hacia sus hijos sea constante, lleno de confianza y responsable (Cicerón). La educación del carácter es una prolongación del amor conyugal. Los padres tendrían que amarse de manera constante, llena de confianza y responsable.
Se hizo una encuesta sencilla en Estados Unidos en la que se preguntaba: ¿A quién debe culparse por la decadencia moral del país? De los encuestados, el 77% coloca en primer lugar la ruptura de la familia; otros contestaron que a la televisión o a los problemas económicos.
El carácter tiene un denso coeficiente de autodominio. Pero los padres de familia pueden también tener su sistema, como tenerlos cortos de dinero: no caer en la facilonería de darles todo lo que pidan; mantener una vigilancia prudente, para orientarles positivamente sobre los ambientes y diversiones que frecuentan; fomentar la afición a lecturas sanas; enseñarles a cuidar los objetos personales y a prestar pequeños servicios en la vida de la casa: en síntesis, inculcarles el espíritu de laboriosidad –porque el trabajo es el más seguro capital-, y el afán de generosidad ante las necesidades de los demás.
A veces los hijos adolescentes se van a las disco o a los antros, y los padres no se enteran ni de cómo se divierten ni del peligro que corren de prostituirse. Y los dejan ir por un mal entendido afán de autonomía o independencia.