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Dos raíces del laicismo

Delimitemos qué entendemos aquí por laicismo. Se trata de una ideología que busca marginar y excluir lo religioso de la esfera pública, especialmente (aunque no sólo) de las instituciones y de centros dirigidos por el estado o las administraciones locales (escuelas, hospitales, cárceles, etc.).

¿De dónde nace el laicismo? Entre sus muchos orígenes, podemos subrayar dos. El primero consiste en un modo de ver a las religiones como fuente de conflictos y males en la vida social.

El juicio negativo sobre las religiones surge especialmente en el mundo occidental. Grupos de pensadores, especialmente a partir de la Ilustración, han considerado y consideran al cristianismo, especialmente a la Iglesia católica, como una realidad peligrosa y generadora de luchas e intolerancia.

Analizar la consistencia de esta apreciación implica realizar un profundo estudio de la historia de los países de mayoría cristiana. Sólo es posible juzgar si los católicos y otros cristianos hayan sido fuente de males y de violencia a través de un estudio sereno y objetivo de la historia.

No es un modo serio de afrontar el tema el recurrir sistemáticamente a tópicos bastante frágiles, si es que no son a veces completamente erróneos. Oímos, por ejemplo, continuas denuncias contra la Inquisición, contra la alianza entre las monarquías absolutas y la Iglesia, contra el modo de “cristianizar” América, contra la quema de brujas y de herejes. Pero muy pocas veces se ofrecen datos concretos, ni se citan estudios serios y bien documentados para comprender los hechos denunciados, ni se realiza la debida contextualización que permite comprender la época histórica en la que se produjeron ciertos hechos.

Por la falta de seriedad histórica, se ha difundido una compleja leyenda negra sobre la Iglesia que ha nutrido y nutre todavía hoy buena parte de la ideología laicista. ¿No es hora de leer y estudiar seriamente los estudios que ya existen sobre el pasado de Europa y de América para analizar los hechos y para identificar aquellos argumentos que todavía no han sido estudiados de modo objetivo y sereno?

No bastan, desde luego, buenos estudios históricos para superar aversiones basadas en prejuicios muy difundidos. Especialmente difícil de superar es un prejuicio que genera odios profundos hacia las religiones: el relativismo. En el relativismo encontramos una segunda y profunda raíz del laicismo moderno.

Según el relativismo, no existe la posibilidad de alcanzar verdades absolutas. La pretensión de católicos o de miembros de otras religiones de poseer la verdad sería, por lo tanto falsa. Además, añaden los fautores de un laicismo relativista, tal pretensión sería peligrosa, porque genera una mentalidad de condena del error y de desprecio del errante, lo cual lleva a la intolerancia, al conflicto, a la lucha, al fracaso de la convivencia en los estados. Las guerras de religión, en el pasado, y el terrorismo, en el presente, serían dos ejemplos claros de violencias originadas por culpa de quienes creen ser poseedores de “la verdad”.

El laicismo relativista tiene un atractivo enorme, pero esconde una contradicción de fondo que conviene denunciar abiertamente. Por un lado, considera que creer en verdades absolutas implica caer en actitudes de desprecio y de condena. Por otro, propone como verdad lo anterior, lo cual implica caer en lo mismo que se condena, pues así defiende algo “absoluto”.

Hemos de añadir, contra tanta hostilidad infundada y parcial hacia el cristianismo, que nuestra religión no promueve ni la intolerancia ni el desprecio hacia el que piensa de modo distinto.

El que realmente vive según el Evangelio, reconoce como un don recibido el estar más cerca de la verdad, precisamente desde la creencia de que Dios ha intervenido en la historia y ha manifestado su Amor en Jesucristo. Pero no por ello ataca a las personas que tienen ideas distintas o viven en otras religiones.

Creemos, por lo tanto, que el laicismo se funda sobre presupuestos errados. Porque no tiene un buen conocimiento de la historia y se permite manipulaciones del pasado hasta extremos realmente lamentables. Y porque defiende un relativismo contradictorio que no promueve la convivencia social, sino que incluso ha llevado a intolerancias sumamente injustas. ¿No ha habido y hay actualmente formas graves de violencia y de desprecio hacia las personas y los grupos desde quienes dicen defender la “laicidad” y la “tolerancia”?

Aunque es verdad que hay personas o grupos que han usado o usan las religiones, también la religión cristiana, para avalar actitudes de desprecio, incluso de violencia, también es verdad que existen ejemplos innumerables de la acción positiva que distintas religiones han realizado para humanizar a los pueblos y las culturas.

Las actitudes de violencia en el mundo de los creyentes, en muchos casos, son simplemente el resultado de usos ideológicos de la religión para causas ajenas a la misma. En cambio, los esfuerzos humanizadores de las religiones, especialmente entre quienes creemos en Cristo y en su Iglesia, son el resultado coherente de vivir según el amor que Dios tiene a cada ser humano. Desde ese amor, el creyente se siente llamado a respetar a cualquier ser humano (desde su concepción hasta su muerte), no sólo en cuanto persona, sino, sobre todo, en cuanto invitado a ser hijo de Dios y hermano en Cristo