Primacía de la persona
Destino último del hombre es conocer y amar a Dios y gozar de Él eternamente. Alejarse de Dios quiebra interiormente las aspiraciones humanas y oscurece la verdad sobre la vida humana y el mundo.
La correcta ordenación de la vida social supone que cada ciudadano esté ordenado en su interior, si no, en vez de ordenar las realidades familiares y sociales, llevarán allí su propio desorden. Y muchos han preguntado: ¿En dónde se fundamenta la dignidad humana? Se les podría responder: Emana de su origen: ha sido creada a imagen y semejanza de Dios; y su destino: la vida eterna con Dios. El ser humano es “principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales” (Gaudium et spes, n., 25).
El bien común
Es voluntad de Dios que el ser humano se desarrolle en comunión con sus semejantes. En la misma naturaleza humana está inscrita la necesidad de crear y mantener lazos de solidaridad con los demás. “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión de unos con otros, sino constituyendo un pueblo” (Lumen gentium n. 9).
El ser humano necesita de los demás para alcanzar el bien material y la perfección espiritual. La vida social se inicia en la familia donde “el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien: aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir ser una persona” (Juan Pablo II, Centesimus annus, n. 41).
En lo referente a la forma en que el hombre se relaciona con la sociedad, hay dos errores: el colectivismo y el individualismo. En el colectivismo la persona es “absorbida” por la sociedad que es lo que importa, es lo que sucede en China y en los países comunistas. Esta postura tiene una estrecha relación con el ateísmo.
Por su parte, el individualismo considera que la sociedad no es más que un conjunto de sujetos asociados por conveniencia o necesidad. Es una postura egoísta que hunde sus raíces en el olvido de Dios, y es lo que pasa en muchos países sajones.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) dice: El bien común es “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”. Comporta tres elementos esenciales:
-respeto a la persona: derecho a actuar de acuerdo a la propia conciencia, a la protección de la vida privada y a la libertad, también en materia religiosa (GS 26, 2).
-bienestar social y desarrollo del mismo grupo. El desarrollo es el resumen de todos los bienes sociales.
-el bien común implica la paz (el nuevo nombre de paz es el desarrollo). La paz es la estabilidad y la seguridad de un orden justo.
El bien común abarca los bienes materiales y aquellos que se refieren al desarrollo del espíritu: verdad, libertad, cultura, paz, belleza. De manera que en su conjunto faciliten el camino hacia Dios.
Principio Solidaridad
Consiste en que cada uno de los seres humanos llegue a contribuir con sus semejantes al bien de la sociedad, a todos los niveles. San Josemaría Escrivá medía la solidaridad por obras de servicio (Conversaciones n. 75).
Juan Pablo II sintetizó las exigencias de la solidaridad en la vida diaria con las siguientes palabras: “buscad, siempre y en todo, pensar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hablar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hacer el bien a los demás” (Homilía, 4-IV-1987, n. 6).
Principio de Subsidiariedad y de Participación
Son otros de los fundamentos del orden social. La subsidiariedad es el principio que orienta la acción de las diversas sociedades en relación con otras de ámbito inferior: por ejemplo, la relación entre el Estado y la familia. “Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerlo en caso de necesidad y ayudarlo a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (Centesimus annus, n.48).
La persona tiene el derecho y el deber de ser autor principal de su propio desarrollo. El Estado coordina y regula las actividades de todos los que componen un pueblo o nación. La sociabilidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales tienen su propia autonomía. Esas estructuras deben ser respetadas por el Estado. El estado puede ayudar y suplir a los miembros de un cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos.
El Estado no debe sustraer de las familias aquellas funciones que éstas puedan desarrollar bien por sí mismas ya sean solas o asociadas libremente. Las autoridades públicas deben hacerlo posible para proporcionar a las familias todas aquellas ayudas necesarias –económicas, sociales, educativas, políticas y culturales- para afrontar de manera humana todas sus responsabilidades. Los padres de familia tienen el derecho de educar a sus hijos. Pero necesitan de la ayuda de las escuelas para que aprendan lo que ellos no pueden darles.
El principio de participación complementa al de subsidiariedad, ya que promueve la actuación libre y responsable de todos los que forman la sociedad. Es la acción que espolea a cada persona para que actúe en la construcción de un orden social justo. En un estudio acerca de la juventud, que se hizo a raíz de la Jornada Mundial de los Jóvenes, se vio que una característica de los jóvenes de hoy es que no quieren madurar ni adquirir responsabilidades.
Obstaculizan la participación ciudadana las acciones que favorecen la pasividad: el materialismo, el hedonismo, los medios de comunicación que difunden estilos de vida contrarios de la dignidad humana.