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Divorcio e hijos

Habían pedido a un sacerdote que preparase un artículo con consejos a padres en proceso de divorcio, especialmente para evitar daños y secuelas en los hijos.

El sacerdote, después de pensarlo un poco, se negó. Varios días después quiso expresar por escrito el porqué de su negativa.

“Hace unos días me pidieron un artículo sobre cómo evitar daños en los hijos cuyos padres se están divorciando. Pensé en conciencia que no debería escribirlo, al menos por ahora.

La situación que vivimos es sumamente grave: cada día cientos de familias se destruyen. Pero entonces hemos de aplicar con urgencia la medicina preventiva, sin dejar de promover una correcta medicina curativa, en la que el divorcio nunca sea una etapa inevitable, sino aquello que hay que evitar con una dosis inmensa de cariño.

Lo urgente, por lo tanto, no es aconsejar el mejor camino para un divorcio amistoso y sin daños para los hijos. Lo urgente es promover noviazgos maduros, matrimonios sanos, y curaciones de emergencia para que nunca una pareja que se amaba llegue a la experiencia dramática del divorcio.

Los hijos, especialmente los más pequeños, pero también los grandes, quieren tener papás enamorados. Por eso sufren infinitamente cuando los padres discuten, se pelean, inician el camino de la ruptura. Sufren mucho más cuando llega la hora de los juzgados y de las separaciones.

Los hijos, y los mismos padres, merecen cariño, comprensión, apoyo. No necesitamos construir hospitales en los que se acepte el divorcio como algo inevitable. Lo que necesitamos son hospitales para que el amor sane, para que el perdón restablezca la armonía familiar, para que él, ella o los dos cedan un poco o un mucho. Por su bien, por el bien de los hijos, por el bien de todos.

También habrá que apoyar a los padres que optan por el divorcio como si fuese una salida inevitable. Pero no para que mantengan la ruptura y se repartan a los hijos como si fuesen “despojos de guerra”. Menos aún para que usen a los hijos como armas para acusarle a él o a ella, para fomentar más dolor y más rabia en hogares ya profundamente marcados por heridas profundas.

Lo que hay que hacer en esos casos, nuevamente, es buscar curaciones profundas, restablecer puentes de amor, evitar abogados interesados en rupturas rápidas para acudir a aquellos que, de verdad, abren horizontes de reconciliación y de paz.

Creo que por ahora no escribiré consejos para afrontar divorcios sin traumas. Porque todos los católicos, sacerdotes, religiosos, catequistas, laicos, estamos llamados a fomentar corazones más generosos y menos egoístas, más dispuestos a amar que a defender el territorio de individualismos vacíos de esperanza, más decididos a perdonar que a llevar cuentas precisas de los fallos de la otra parte. Corazones que, por acoger a Dios en la familia, por pensar en lo mucho que sus hijos sueñan en tener unos padres felices y muy unidos, son capaces de superar baches pequeños o grandes de la vida para que la familia llegue a ser, cada día un poco más, dichosa y enamorada”.