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Diálogo y ley moral natural

Parece que hablar es tan fácil como abrir la boca, decir palabras, escuchar sonidos. Detrás de cada uno de esos actos, sin embargo, se esconden presupuestos profundos, sin los cuales es imposible el diálogo.

Una tradición milenaria de reflexión filosófica ha encontrado tales presupuestos en la “ley moral natural” (o, más sencillamente, “ley natural”). ¿De qué se trata? De reconocer que existe un sustrato común de normas y principios que vinculan a los seres humanos.

Tal sustrato común, la ley natural, sería previo a cualquier opción personal o colectiva, a las visiones históricas cambiantes, a las diferencias culturales, a los complejos sistemas legislativos y jurídicos.

Un texto clásico que permite entrever la idea de ley moral natural se encuentra en la tragedia griega de Sófocles, “Antígona”. La protagonista desobedece las órdenes de Creonte porque reconoce la existencia de leyes que preceden cualquier decisión del gobernante. Esas leyes no son ni de ayer ni de hoy: deben ser obedecidas siempre, incluso por encima de la autoridad establecida.

Entre esas leyes descubrimos una que resulta fundamental para que exista diálogo entre dos personas: el respeto que merece todo ser humano, desde que inicia a existir hasta que termina su vida terrena. Ese respeto se contrapone a actitudes prepotentes del pasado y del presente que no sólo han hecho imposible el diálogo, sino que llevaron a herir, encarcelar o incluso asesinar a seres humanos inocentes.

En efecto: cuando no se reconoce la ley natural sólo queda vivir en un mundo de lucha en el que vence el más fuerte. Es entonces cuando resulta “normal” el desprecio hacia el otro por ser de raza distinta de la propia, por no tener autonomía económica, por carecer de salud física o mental, por no entrar en proyectos de dominio según los intereses de minorías o mayorías poderosas.

El siglo XX presenció el triunfo de ideologías que despreciaron la noción de ley moral natural. En esas ideologías lo importante era la fuerza del partido, o de la raza, o del mercado, o de la clase social, o de la libertad incondicionada de los individuos. Millones de personas murieron asesinadas en campos de exterminio, en guerras absurdas, en hambres y epidemias resultado de pésimos gobiernos locales y de sistemas económicos insolidarios. Millones de seres humanos mueren actualmente en el mundo por culpa del aborto, de la miseria, de formas de violencia y de soledad que marginan a los débiles, a quienes se les niega el derecho a ser respetados en su dignidad humana.

Frente al desprecio de la ley natural hace falta un descubrimiento de la misma, como fuente precisamente del diálogo que tanto necesita el mundo moderno. No podemos construir una sociedad justa si no reconocemos que, por encima de las modas, de las ideologías, del estado o de un subjetivismo arbitrario y egoísta, existe una normativa ética superior.

Por eso, todos estamos llamados a reconocer el lugar que ocupa entre los hombres la ley natural para que el diálogo y la democracia auténtica tengan cimientos válidos. El Papa Benedicto XVI lo indicaba con palabras apremiantes en un reciente discurso:

“Si por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos. Contra este oscurecimiento, que es la crisis de la civilización humana, antes incluso que cristiana, es necesario movilizar a todas las conciencias de los hombres de buena voluntad, laicos o pertenecientes a religiones diferentes al cristianismo, para que juntos y de manera concreta se comprometan a crear, en la cultura y en la sociedad civil y política, las condiciones necesarias para una plena conciencia del valor innegable de la ley moral natural” (discurso del 5 de octubre de 2007).

En ese mismo discurso, el Papa recordaba que “partiendo de la ley natural que puede ser comprendida por toda criatura racional se ponen los fundamentos para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular”.

Benedicto XVI ya había tocado la misma idea en el mensaje para la jornada mundial de la paz 2007. En ese mensaje podíamos leer lo siguiente:

“El reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica”.

La ley natural merece, por lo tanto, ser redescubierta, estudiada, valorada, defendida, como camino para promover un diálogo basado en el respeto al otro. De este modo, seremos capaces de evitar atrocidades y crímenes como los que sacudieron el ennegrecido panorama del siglo XX. Conquistaremos así aquellos principios que nos permiten valorar y respetar a cada ser humano por encima de diversidades y diferencias legítimas, detrás de las cuales se esconde una común naturaleza humana.