Pasar al contenido principal

Derechos humanos: ¿utopía o realidad?

Derechos humanos: ¿utopía o realidad?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos llega en este año 2008 a su 60 aniversario.

Ello nos invita a iniciar un profundo examen de conciencia. ¿Qué ha sido llevado a cabo de cuanto, con tan buena voluntad, fue aprobado el 10 de diciembre de 1948? ¿Ha quedado en utopía un esfuerzo por promover la justicia universal? ¿O podemos decir que los derechos humanos han modificado positivamente el modo de vivir de los pueblos y de las personas?

Si cogemos la lista de los derechos aprobados, y empezamos también a señalar aquellos que no han sido respetados aquí o allá, ayer o, por desgracia, todavía hoy, el panorama puede resultar desolador.

Pero también es justo reconocer que muchos hombres y mujeres, desde lugares muy distintos del planeta, con profesiones que van desde las más sencillas hasta las más tecnificadas, han sabido asumir y promover en la propia vida y en las vidas de aquellos que estaban a su alrededor, muchos de los derechos humanos.

Podemos pensar en los millones de padres y madres de familia que han acogido y defendido el derecho a la vida de sus hijos (desde el embarazo, hay que explicitarlo), les han dado alimento, les han vestido, les han transmitido los instrumentos básicos de la educación, les han enseñado los valores que permiten la convivencia cívica.

Podemos añadir el número de millones de personas que se han entregado a actividades de voluntariado en favor de los pobres, los enfermos, los abandonados, los relegados, superando muchas fronteras culturales y políticas que parecían infranqueables.

Podemos recordar a los millones de obreros que han dedicado sus vidas en tantos sectores productivos, para garantizar el que hoy muchas millones de personas puedan tener una casa en condiciones de dignidad y de higiene aceptables. O a los millones de campesinos y comerciantes que han asegurado no sólo la producción, sino también el traslado y conservación de los alimentos con los que muchos (por desgracia, no todos) podemos sostener nuestras necesidades materiales.

También hay que tener presentes a los millones de maestros, profesores técnicos o universitarios, que hacen posible todos los días, por medio de las clases y del estudio, la educación de pueblos enteros a lo largo y ancho del planeta.

¿Y qué decir de la multitud de médicos y enfermeros que aseguran, día a día, a veces en medio de sacrificios no pequeños, la difusión de medidas higiénicas que promueven la salud, o que buscan asistir a los enfermos en la búsqueda de su pleno restablecimiento, o que les ofrecen un alivio en medio de sus dolores y penas, con el fin de acompañarles en las últimas etapas de sus vidas?

No sería justo olvidar, en la historia de la realización de los derechos humanos, a los millares de servidores del orden público, policías y bomberos, militares, funcionarios y miembros de la protección civil, que han intervenido en tantas y tantas situaciones en las que la emergencia o la injusticia han puesto en peligro muchos de los derechos fundamentales. Algunos de ellos han pagado, con su vida, este servicio en favor del orden público y de la equidad.

Sería igualmente injusto olvidar a los políticos sinceros y auténticos (que los hay) que han buscado servir a sus pueblos con abnegación y renuncia, muchas veces en medio de un ambiente hostil y de presiones que querían apartarlos de su esfuerzo por proteger a las comunidades para convertirlos en colaboradores del mal y de la opresión. Como también es de justicia incluir en la lista a tantos jueces honestos que han defendido y defienden los derechos fundamentales de la declaración de la ONU en su trabajo cotidiano, sencillo, humilde, lleno de seriedad e imparcialidad.

No hay que suponer ingenuamente que el mundo haya erradicado profundos sufrimientos después de 1948. El mal existe, y hay que seguir luchando contra él. Pero en medio de las enormes injusticias de todo tipo que impiden la plena realización de los derechos del hombre, es de justicia reconocer la labor de millones de ciudadanos anónimos que construyen ese mundo mejor, que dan algo de luz y de esperanza a esta humanidad cansada de sufrir. Son ellos los auténticos protagonistas de los derechos humanos, pues no existe ningún derecho si no existe, junto a tal derecho, quien acepte el reto de respetarlo, de hacerlo realidad para el bien de otros.

Antes y después de 1948, millones de hombres y mujeres de buena voluntad han permitido que los derechos humanos fuesen una bella realidad. A todos ellos les damos, de corazón, las gracias.

A los que seguimos en el camino de la historia humana, nos toca recoger la estafeta que muchos han llevado con tanta altura, para promover una auténtica cultura de los derechos humanos, basada en el respeto y el amor hacia cada hombre. “Sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, como leemos en el artículo 2 de la Declaración Universal que se prepara para cumplir 60 años de “vida”.