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Defender el don de la vida

Mucho me complace poder dedicar esta mañana a la búsqueda de los puntos de contacto sobre la eutanasia, mas allá de la diversidad de nuestras posiciones. Para comenzar el debate, propongo una serio de reflexiones que no serán, o lo serán en mínima parte, una repetición de las consideraciones expuestas anteriormente.

Dentro de este círculo humanista, nuestra debate versará sobre un hombre que asesina a otro hombre, y sobre un acto intencional que provoca directamente la muerte, ya mediante la acción de dar la muerte, ya mediante la omisión de los cuidados.

El examen de este gravísimo problema me lleva a desarrollar dos tipos de consideraciones: las primeras atañen a las prácticas, mientras que las segundas son reflexiones sobre esas prácticas.

Las prácticas

Examen de los argumentos

Los argumentos a los que se recurre para justificar la práctica de la eutanasia giran alrededor de tres polos: el suicidio asistido, la compasión y la utilidad social y económica.

El suicidio asistido

En este caso particular, constatamos, ante todo, que el médico parece llevar al enfermo a la convicción de ser inútil, de ya no tener a nadie que cuide de él y de deber, por tanto, desalojar lo antes posible.

Según la experiencia referida por numerosos psiquiatras que examinan los casas de intento de suicidio, muy a menudo esos actos fallidos manifiestan llamamientos desesperados, peticiones de ayuda. Por tanto, se corre el riesgo de que la persona que asiste al paciente que pide el suicidio asistido no perciba en él ese llamamiento latente, pero no descifrado. En consecuencia, esa petición de asistencia no se interpreta realmente como lo que es, o sea, como una petición de ayuda, como el deseo de una persona desesperada de recibir la acogida calurosa de otra persona.

Ante alguien que me comunica su decisión de suicidarse, puedo, pues, adoptar dos actitudes muy diferentes: o me dirijo a un vendedor de cuerdas para comprarle una y ayudarlo a ahorcarse, o, de modo más humano, me acerco a él, le hablo y trato de hacerle comprender que tiene aún valor ante los ojos de algunos, independientemente de las dificultades en las que se encuentra y que estoy dispuesto a afrentar junto con él.

La compasión

¿Con qué derecho o según cuáles criterios podemos decidir nosotros en lugar del enfermo? No tenemos ningún criterio que nos permita cuantificar el valor de la vida humana, sea la nuestra ó la de los demás. Cuando decimos que cedemos a la compasión, en realidad deberíamos hablar de autocompasión, o sea, de una fuga frente a una situación que nos perturba, que queremos evitar, y ante la cual quisiéramos poder cerrar los ojos. Para nosotros que estamos bien y en pleno uso de nuestras facultades, esta visión de un ser que sufre es intolerable.

Sin embargo, ¿puedo resolver ese problema que se me plantea, a costa de la vida de otra persona, de alguien cuyo estado psíquico y mental no he tenido la posibilidad de conocer, sólo por que le resulta difícil expresarse de modo lúcido y normal? ¿No es demasiado aventurado recurrir a la eutanasia en esas circunstancias?

La utilidad social y económica

Las publicaciones que abordan este tema comienzan, por desgracia, a divulgarse con gran intensidad y frecuencia. En muchos ambientes, tanto de nuestros países desarrollados, como de los que están en vías de desarrollo, el hombre se ha convertido en una especie de producto que se fabrica, al que se da la vida o, por el contrario, se le niega sobre la base de algunos criterios utilitaristas, especialmente de utilidad social y económica.

En una entrevista publicada en L'avenir de la science (obra en colaboración, editada por Michel Salomón, Ed. Seghers, Paris 1981), Jacques Attali hace algunas consideraciones muy precisas a este propósito; "La eutanasia será uno de los instrumentos fundamentales de nuestras sociedades futuras, en cualquier caso. Para comenzar, en una lógica socialista, este problema se plantea así: la lógica socialista es la libertad y la libertad fundamental es el suicidio. Por consiguiente, el derecho al suicidio, directo o indirecto, en este tipo de sociedad es un valor absoluto. En una sociedad capitalista, se crearán y utilizarán máquinas para asesinar, instrumentos que permitirán eliminar la vida cuando llegue a ser insoportable o demasiado costosa desde el punto de vista económico. Pienso, por tanto, que la eutanasia, entendida como libertad o como mercancía, será una de las reglas de nuestras sociedades futuras" (p 274 ss).

Consecuencias previsibles de la práctica de la eutanasia

Consideremos esas diversas argumentaciones, sobre todo la última, y saquemos algunas conclusiones previsibles que derivan de la práctica de la eutanasia, especialmente en los planos político, jurídico y médico.

En el plano político

Ante todo, es necesario constatar que todas las democracias se fundan en el respeto incondicional a la vida humana; que, formulada de modo negativo, esta primera constatación lleva a reconocer que todas las guerras tienen como fin la eliminación de algunos seres humanos; y que las corrientes laicas figuran entre los factores que más han favorecido la reflexión sobre este punto. En el siglo XVIII, en particular, fueron unas de las primeras en señalar el valor de la vida humana, cuyo respeto y garantía legal son fundamentales en una sociedad política democrática. Lo hicieron, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789.

En consecuencia, es de temer que un Estado que permite legalizar la eutanasia vaya a la deriva, llegando a la que un autor de nuestros días llama el Estado criminal (Yves Trnon, Ed. du Seuil, Paris 1995). Todas nuestras sociedades occidentales se fundan en la concepción de la igual dignidad entre los hombres y del derecho inalienable a la vida, independientemente de su estado físico o psicológico y de su condición racial, social e intelectual. Por tanto, desde el momento en que se recurre a la regla de la mayoría para poner en tela de juicio si fuera necesario mediante la eutanasia ese pilar de cualquier sociedad democrática, surge en la sociedad una dinámica totalitaria. A decir verdad, las sociedades que han legalizado la eutanasia, precisamente mediante ese acto han mostrado que ya están comprometidas en un proceso de totalitarismo y, en última instancia, de crimen generalizado.

En el plano jurídico

A propósito de la eutanasia, ¿acaso no se está utilizando una táctica ya experimentada en otros ámbitos, es decir, la táctica de la derogación? Dicha táctica consta de dos fases. En primer lugar, se afirma con gran fuerza un principio general. Por ejemplo: "Todos los hombres tienen derecho a la vida". Inmediatamente después, se apresura a suprimir ese principio que acaba de proclamar, aplicándole una serie de derogaciones. El primer artículo de la ley Veil sobre el aborto es un ejemplo perfecto de esa táctica de la derogación. Afirma: "La ley garantiza el respeto a todo ser humano, desde el momento de su concepción. No se podrá atentar contra este principio, salvo en caso de necesidad, conforme a las condiciones establecidas por la presente ley".

De ese modo, aumenta el riesgo de asistir a la instauración de la tiranía mediante la vía del derecho. La ley pierde el carácter específico que se le ha reconocido desde los tiempos de Solón en la antigüedad, a saber, el de ser la fortaleza del débil frente al fuerte. Por el contrario, se pone al servicio del más fuerte. No debemos olvidar que el positivismo jurídico, o sea, un derecho puramente codificado, que brota sólo de la voluntad de los hombres y, por tanto, as mudable y adaptable a todo tipo de voluntad arbitraria de los grupos más potentes, ha sido siempre la base de los sistemas autoritarios. Basta pensar en cómo el derecho, sin ninguna dificultad, se puso al servicio de la Alemania nazi, dado que numerosos autores habían hecho triunfar en ese país una concepción ultrapositivista del derecho. La ironía de la historia es que su principal defensor, Kelson, acabó siendo víctima de la teoría del derecho que él mismo había promovido. Cuando Hitler subió al poder, el derecho, que habría podido constituir un dique antinazi, se mostró ineficaz, porque el positivismo jurídico ya había proporcionado a Hitler las bases teóricas de un derecho acorde con su proyecto de muerte.

En el plano médico

También aquí hay que temer que la historia se repita y que la profesión pierda, en parte, su credibilidad. Es evidente que el médico no puede cambiar de papel durante el día y pasar de artífice de la vida a autor de la muerte.

¿No afirmó el mismo doctor Schwarzenberg que "para un médico, el único éxito profesional es curar"? Los pacientes no pueden vivir con el constante temor de la sentencia de muerte pronunciada por el propio médico. Por lo que concierne al personal sanitario, corre el riesgo de perder toda motivación y convertirse en víctima de la división y la desesperación vinculadas a la práctica de la eutanasia.

En resumen, habría que denunciar por extremo abuso de poder al Estado que otorgara a los médicos el enorme poder de decidir quien puede vivir y quien debe morir, o que les pidiera que practicaran la eutanasia. Sería conveniente, en especial para los más jóvenes, informarse acerca de los errores cometidos a lo largo de la historia, leyendo, por ejemplo, el libro del autor norteamericano Lifton, Los médicos nazis (Ed. Laffont, Paris 1989). Buena parte de esta obra está dedicada a la eutanasia y a los otros excesos médicos que se cometieron en la Alemania nazi, apoyada en la complacencia y la complicidad de los juristas y los médicos.

Propuesta alternativa:

los cuidados paliativos

Al concluir esta primera parte, es conveniente prestar gran atención a los cuidados paliativos y al progreso logrado en la lucha contra el dolor físico y el sufrimiento psicológico.

No hay que confundir en absoluto este nuevo camino con el encarnizamiento terapéutico, como lo practicaron con Tito en la ex Yugoslavia, Franco en España, Boumédienne en Argelia y Tancredo Neves en Brasil. El encarnizamiento terapéutico recurre a medios técnicos que debilitan al paciente, imponiéndole dolores físicos y sufrimientos morales que retrasan artificialmente su muerte y prolongan inútilmente su agonía. Es preciso evitar tanto este camino como el opuesto, o sea, la omisión de los cuidados, que ya hemos mencionado.

Los cuidados paliativos tienen una motivación y una aplicación completamente diferentes. Se recurre a ellos cuando se comprende que el tratamiento terapéutico destinado a curar al paciente es ineficaz y que la enfermedad es definitivamente incurable. En ese caso, el objeto mismo de la terapia cambia: ya no es la enfermedad sino el dolor, que el médico trata activamente de aliviar. Aunque no se pueda curar al paciente, no hay que renunciar a aliviar su dolor.

En este ámbito, es de desear que se distinga entre el dolor físico, que puede aliviarse con analgésicos, y el sufrimiento, que es de orden psicológico y moral. Muchos de nosotros hemos sido ciertamente testigos de esa necesidad de compasión que sienten los moribundos. En ese momento la compasión es el nombre que recibe el respeto extraordinario que podemos manifestar a los moribundos mediante un gesto de ternura, en ese momento decisivo de su existencia.

En una palabra, ni obstinación ni abandono: no hay que encarnizarse, pero tampoco acelerar el curso natural de las cosas.

¿Eutanasia "activa" o "pasiva"?

Sobre la base de lo que acabamos de decir, es necesario hacer una precisión con respecto a los términos. Distinguir entre eutanasia "activa" y eutanasia "pasiva", como hacen algunos, es desaconsejable a causa de la confusión que puede crear.

La eutanasia de la que se habla en los debates actuales es el resultado de la intención de causar directamente la muerte, tanto mediante un acto deliberado, como mediante la interrupción deliberada de la curación. En consecuencia, definir "activa" esa eutanasia significa caer en una tautología, porque la intención de causar la muerte está presente en ambos tipos de acciones deliberadas (acto e interrupción) que acabamos de mencionar.

La expresión eutanasia "pasiva" se utiliza a veces para designar los cuidados paliativos o el riesgo de muerte que puede implicar el recurso a los analgésicos. Pero esa expresión es infeliz, porque se presta a equívocos. Por tanto, es mejor evitarla.

En efecto, la eutanasia, en sentido estricto, implica siempre la intención deliberada de causar directamente la muerte. Precisamente en esto consiste el problema. Pues bien, esa intención no está en absoluto presente en los cuidados paliativos. Por el contrario, éstos requieren actos cuyo fin no es ciertamente acelerar la muerte, sino aliviar el dolor y participar en el sufrimiento. Nadie niega que el recurso a analgésicos potentes, utilizados con el fin de aliviar el dolor, implique a veces el riesgo de acelerar a muerte, aunque el progreso de la farmacología ha reducido de modo significativo ese desenlace. Se trata de un riesgo normal. En efecto, lo que se busca es aliviar el dolor, no causar la muerte. Esta última, aunque resultara acelerada, no sería querida ni directa ni tampoco indirectamente, en el sentido de que la voluntad de aliviar el dolor de un paciente no implica la intención de llegar, mediante ese método terapéutico legítimo, a causarle la muerte.

Por tanto, no es correcto hacer hincapié en el riesgo que el médico obliga a correr a veces a paciente incurable en fase terminal. A decir verdad, en el fondo, ese riesgo no se diferencia mucho del que afrontan a menudo los cirujanos en el caso de operaciones necesarias, pero muy delicadas. Basta pensar en los casos que se presentan en cirugía cardíaca o en neurocirugía. El cirujano pondera el riesgo mejor que nadie, pero hace todo lo posible para curar al paciente. La muerte, que puede sobrevenir a causa de una operación, es un desenlace posible, pero no querido.

Así pues, es mejor evitar la distinción entre "eutanasia activa" y "eutanasia pasiva", aunque la actitud activa que encierra la segunda expresión carezca de la intención mortífera directa, característica esencial de la primera, o sea, de la eutanasia propiamente dicha.

Reflexiones sobre esta práctica

Aclaración del debate a la luz de las experiencias contemporáneas

Holanda

Una estadística oficial contenida en el informe Remmelink muestra que las personas a las que se practica la eutanasia todos los años en Holanda son aproximadamente el 15% de la población, que, en cifras concretas, corresponde a cerca de 20,000 personas, de las que el 9% no la había solicitado. La situación es más sorprendente aún si se considera que en ese país la eutanasia no está legalizada; hasta ahora simplemente la han tolerado, y eso demuestra que vale la pena reanudar el debate sobre ese tema.

¿Por qué sorprenderse? En una sociedad en la que efectivamente ya no existen principios ni puntos de referencia, todos los excesos son posibles. Hemos tenido un ejemplo de ello en Crónica de una muerte anunciada, telefilm transmitido por diversas cadenas europeas públicas de televisión. Lo más triste es que el médico sólo tenía para ofrecer a su paciente una inyección letal. ¿No había otro modo para aliviar su dolor? Seguramente se podía hacer mucho más para aliviar el sufrimiento moral de quien estaba a punto de emprender el gran viaje.

Por lo que respecta a las indicaciones a las que se recurre en Holanda para justificar la eutanasia, se constata que siguen una evolución similar a la de las indicaciones relativas al aborto: su lista no deja de alargarse y diversificarse. Ya no se trata de autorizar la eutanasia para los enfermos terminales, sino también de autorizarla o tolerarla para los niños afectados por malformaciones, para los minusválidos, para los enfermos mentales, etc. ¿Cuánto habrá que esperar todavía para que se la aplique también a los mongoloides y a los enfermos de sida?

La Alemania nazi

Algunas personas sufren cuando se les recuerdan las páginas particularmente oscuras de la historia contemporánea. Sin embargo, más que protestar por la comparación (con los nazis), sería necesario prestar atención a la advertencia de uno de los más grandes historiadores de nuestro siglo: Toynbee, quien afirmaba que "quienes ignoran la historia están dispuestos a repetir sus errores".

¿Cuántos de nosotros, por ejemplo, sabemos que el telefilm holandés Crónica de una muerte anunciada es solo una refundición de la película Ich klage an promovida por Goebels en 1941? (véase Lifton, o.c., p. 68 ss). La única diferencia con respecto a la película holandesa, es que aquí la persona a la que se le practica la eutanasia es una mujer. El mensaje de esa película era simple: en nombre de los intereses del Estado, de los imperativos de la raza, de las consideraciones filosóficas, etc., había que permitir eliminar a las personas consideradas inútiles o peligrosas.

En 1920, el jurista Binding y el médico Hoche publicaron en Leipzig la obra fundamental sobre este tema (véase Lifton, c.c., p. 65 ss; 79 y 130). Es imposible hallar esa obra, pero en 1992, en Estados Unidos, se publicó su traducción inglesa (Issues and Medicine, P.O. Box 1586, Terre Hauto, IN, pp. 231-265). Esos dos autores fueron recordados a menudo en el proceso de Nuremberg, en particular por el doctor Brandt, uno de los artífices del programa nazi de eutanasia y genocidio judío (cf. A. Mitscherlich y F. Mielke, Medizin ohne Menschlichkeit, Fischer Verlag, Frankfurt S.M. 1989). La obra de Binding y Hoche ya contiene todos los argumentos presentados hasta hoy en favor de la eutanasia y, más precisamente, del suicidio asistido: la compasión y la utilidad social.

Aunque el recuerdo de ese hecho histórico sea desagradable, su comparación con la práctica recomendada y realizada hoy no puede considerarse exagerado. Hoy, como ayer, en la base de esas prácticas se encuentran teorías inspiradoras muy semejantes, que han de estudiarse atentamente. Si las mismas teorías producen los mismos efectos, entonces debemos preguntarnos si no nos estamos encaminando también nosotros hacia un declive muy peligroso. Por lo demás, ¿qué importancia tiene el hecho de que las "justificaciones" propuestas sean diferentes, cuando las prácticas mortales en las que desembocan son las mismas?

Perspectiva filosófica

El debate sobre la eutanasia se amplía si se relaciona con algunas corrientes filosóficas capaces de aclararlo. Aquí nos limitaremos a mencionar dos.

Hegel

Más allá de las corrientes filosóficas que aparecen actualmente en Holanda, y de la concepción de Binding y Hoche, el debate sobre la eutanasia nos remite a una filosofía que ha marcado toda nuestra época: la de Hegel (1770-1831). Como explica Alexandre Kojeve, uno de sus mayores estudiosos (Introducción a la lectura de Hegel, Gallimard, Paris 1945, pp. 529-575), la filosofía de Hegel es, ante todo, una filosofía de muerte. Hegel esta atormentado por la condición del hombre, ser finito, como los animales, pero que, a diferencia de ellos, está dotado de razón y de voluntad propia, y está consciente de que está destinado a la muerte. Frente a esa situación inevitable, frente a ese fin fatal, el hombre busca en el don de la muerte la afirmación suprema de su libertad soberana. El hombre realiza eso mediante el acto de quitarse la vida, mediante el suicidio. Sin embargo, si el hombre es señor de su propia vida y de su propia muerte, ¿por qué, con mayor razón, debería renunciar a ser señor también de la vida y de la muerte de los demás, como ya se sugiere en la famosa dialéctica del señor y del esclavo?

Aquí estamos en el origen de todas las morales contemporáneas de los señores, contra las cuales nunca han dejado de reaccionar las corrientes atentas a los derechos del hombre, especialmente de los más débiles. Los señores en cuestión, siendo los más fuertes, se reservan el ejercicio de un dominio total sobre su propia vida y sobre la de los demás. Esta moral lleva a múltiples formas de opresión, de segregación o de guerra, según criterios de raza o de clase, de rendimiento, de solvencia o de utilidad.

Frente a la certeza de la muerte, siempre angustiosa para nosotros, ¿no sería más sabio prestar atención a lo que escribía el profesor Lucien lsraél: "Debemos estar siempre abiertos a esa parte del misterio que nos recuerda la muerte"?

Los filósofos y la dignidad del hombre

Para que existan valores esenciales, valores que hay que respetar y promover juntos, a fin de que sea posible vivir en una comunidad pacífica, debemos discernir y denunciar las teorías premonitorias y los excesos, e impedir que se difundan ciertas prácticas que son su consecuencia fatal. Es el momento de recordar aquí las advertencias de los grandes profetas de nuestro tiempo, como Jaspers, Hannah Arendt, I. Chafarévitch, Claude Polin, Jean-Jacques Walter, sólo por citar algunas.

Aunque han sido numerosas las guerras y la práctica de la opresión haya sido constante, la sociabilidad, la fraternidad y la solidaridad han sido, ya desde la antigüedad, valores morales que nuestras sociedades se han esforzado por estimar y garantizar. Esos valores, que compartimos totalmente, implican siempre un acuerdo fundamental sobre la dignidad de todos las hombres.

Proporcionan a los hombres un nuevo terreno de discusión para explorar. Por lo demás, cada vez que esos valores han sido despreciados ó violados, los hombres deseosos de libertad han intervenido para devolverles el respeto.

Aportación de los cristianos

Frente a la cuestión de la eutanasia, ¿qué se puede decir desde un punto de vista cristiano? Ante todo, es preciso decir que de ninguna manera los cristianos tienen el monopolio del respeto a la vida humana. Por lo que atañe al respeto a la vida, las leyes en vigor hasta hace poco tiempo en Bélgica no habían sido impuestas bajo ningún tipo de presión clerical; eran el resultado de la mayoría de votos expresados democráticamente. A este propósito, señalamos que la ley belga de 1867, que condenaba el aborto, había sido votada por una mayoría liberal, y que en esa época los católicos formaban parte de la oposición. Esto significa que existan valores que acercan y, basándonos en ellos, es posible entablar un diálogo en un clima que no sea polémico.

Una de las características de la tradición judeocristiana es que la vida es acogida como un don. La recibimos de nuestros padres y, antes incluso, la recibimos de Dios mismo. Por desgracia, en el corazón de algunos de nosotros las heridas debidas a la educación, a diversas circunstancias de la vida, nos impiden acoger ese don según lo que es: un don maravilloso. Esas heridas nos llevan a rebeliones que bloquean el camino de la esperanza.

Sin ceder -¿es necesario decirlo? a la provocación, quisiera, de todos modos, invitaros a ser audaces por la esperanza de la resurrección. La gran diferencia entre los agnósticos y los ateos por una parte, y los cristianos por otra, es que estos últimos creen firmemente que Jesús murió y resucitó. Los testigos y los discípulos de Jesús arriesgaron su propia vida para transmitirnos ese mensaje. Entre esos testigos, figuran los discípulos que, como San Pedro, habían renegado de Cristo en el momento de la pasión y lo habían abandonado mientras moría en la cruz. Esas mismas personas que lo habían abandonado, después de la resurrección se expusieron a todo tipo de peligros para proclamar por doquier en el mundo, que aquel a quien habían crucificado estaba vivo y que "comimos y bebimos con el después que resucitó de entre los muertos" (Hch 10, 41).

Desde ese punto de vista, conviene prestar atención a lo que dice la Iglesia. Aunque a veces lo diga de modo muy sencillo; aunque sea responsable históricamente de numerosos pecados; aunque lleve ese mensaje en vasijas de barro, la Iglesia nos propone esa solución última del misterio de la muerte evocada por Lucien lsraél: la muerte nos abre la puerta de la esperanza de que nos habla toda la Biblia.

Para concluir, permitidme contaros un episodio que me tocó vivir. Las circunstancias de la vida me han permitido conocer a Gérard Mortier y Sylvain Cambrelaing cuando se encontraban en Bélgica. Más precisamente, me encontré con ellos en una circunstancia dolorosa, es decir, durante el funeral cristiano de la madre de Gérard, celebrado en Gand. Sylvain había dirigido un importante programa musical, donde figuraba la Maurerische Treuermuzik (KV 477) de Mozart. Un día, hablando con Sylvain de esa sublime música fúnebre masónica, le expresé mi admiración por el hecho de que, después de un bellísimo desarrollo completamente en tono menor, la pieza terminaba con un inesperado acorde en tono mayor. Sylvain me respondió: "Es sencillo; más allá de la incertidumbre; más allá de la angustia de la muerte, ese acorde indica la esperanza que brilla como una pequeña luz y que nada puede apagar".

Por eso, mientras esperáis ese acorde mayor; mientras oís repicar la campana de que habla Goethe en la segunda parte del Fausto, os pido que no cerréis vuestro corazón, sino que acojáis con alegría las señales que provienen de un mundo que está más allá de nosotros mismos.