Cuaresma es tiempo de purificación, para recordar los cuarenta días que Jesús pasó en oración y ayuno para preparar su ministerio público. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a incrementar el ayuno, la oración y las obras de caridad, las tres prácticas penitenciales por excelencia. Y todo esto con alegría, pidiendo a Dios que, al luchar contra el espíritu del mal, seamos protegidos con las armas de la austeridad.
Alegría porque, como decía León Bloy, “aunque estuvieras sola en el mundo, la única hija de Adán, la Segunda Persona se encarnaría y se haría crucificar por ti (...). Eres particular e inexpresablemente preciosa, puesto que el universo fue creado sólo para ti (...). Tu alma es tan preciosa que han sido necesarios la Encarnación y el suplicio de Dios para comprarla”.
Hay que examinar cómo estamos viviendo la templanza para que nuestra alma sea capaz de elevarse a las alturas de vida espiritual que Dios espera. Es una pura ilusión pretender mantenernos inmunes al espíritu mundano, si lo que entra a oleadas en nuestro interior, por los ojos y por los oídos, no es otra cosa que el centellear de sus colores, la sensualidad de sus imágenes, la falsa inocencia de sus “desnudos”, la violencia de sus escenas. El mundo más peligroso no es el que nos combate, sino el que nos atrae; no es el que nos odia, sino el que nos acaricia (Cantalamessa).
Juan Pablo II nos anima a tener esperanza. En el documento Ecclesia en Europa, escribe: “Junto con la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel fundamental en la recuperación de la esperanza: La experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro. Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se encomienda a la misericordia del Padre celestial, experimenta la alegría de una verdadera liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria. Recibe así la gracia de un nuevo comienzo y encuentra motivos para esperar” (n. 76).
León Bloy reflexionaba: “Solamente cuando la Iglesia sufre se puede afirmar que triunfa, y ella ha sufrido siempre. El sufrimiento es su patrimonio (...), su verdadero tesoro (...): Un cristiano sin sufrimiento es un peregrino sin brújula. Nunca llegará al calvario (...). El dolor es una gracia que no hemos merecido”.
Ana Catalina Emmerick afirma que: “Las penas y las privaciones que uno se impone por amor de Dios, bien solo, bien en unión con otros, son fáciles de soportar; pero la Cruz más semejante a la de Jesucristo es acepar, sin murmurar y con amor, acusaciones, afrentas y castigos injustos”.
El que sabe llevar la cruz es el sabio verdadero. San Pablo dice que no quiere saber otra cosa que a Cristo y a éste Crucificado. Si la Cabeza está coronada de espinas ¿estarán los miembros cubiertos de rosas?
Si queremos ser discípulos del Señor, no esperemos otra cosa que espinas y clavos, ser tratados como Jesús. Si somos templos vivos del Espíritu Santo, hemos de disponernos a ser tallados, cortados, cincelados por el martillo de la Cruz. De otro modo seríamos piedras toscas. No te opongas al cincel que talla. Te quiere piedra principal y una de las figuras más hermosas.
Dios sabe lo que hace, tiene experiencia. Cada uno de sus golpes es acertado. Nunca los da en falso y es amoroso, a no ser que nuestra falta de paciencia los haga inútiles. A veces se nos sacude como al trigo; estamos en la criba del Padre y pronto estaremos en su granero. Dios es fuego devorador que purifica, refina el oro bueno, y el oro falso, en cambio, se disipa en humo. El bueno sufre con paciencia la prueba del fuego, mientras que el malo se hace humo. Es en el crisol de la tribulación y la tentación donde los amigos de Dios se purifican por su paciencia. Que las tormentas vengan a nosotros para que nos gocemos en Cristo. En este mar tormentoso pocas veces hay bonanza. Quien no ha sido probado nada sabe.
La victoria que ha vencido al mundo es nuestra fe. El verdadero paraíso terrestre está en sufrir algo por Jesús. Todas las alegrías de la tierra no se comparan a una persona que sabe sufrir bien. A todos nos toca sufrir. “Sufrir no es libre, lo que es libre es sufrir amando, o sufrir huyendo, quejándose”, decía el Cura de Ars.
El Hermano Rafael Arnaiz –trapense- dejó un diario a su muerte: El mundo está desquiciado porque le ha dado las espaldas a Dios. El mundo me paga una moneda que a los ojos de Dios no sirve para nada... con le dinero se compra el mundo, pero no el cielo. Qué alegría, Señor, mándame lo que sea, o flores o espinas, ¿qué más da? No me he de detener en mirar nada, pues con mirarte a Ti tengo bastante... ¡Qué más da flores o espinas si eres Tú el que las das!... Nosotros, si hablamos de cruz, es para quejarnos con egoísmo; si buscamos consuelo, a nosotros nos buscamos. A Ti te tengo, tengo tu amor, lo tengo todo (324). Le he dicho (en la oración) que yo no puedo hacer nada, y me ha dado a entender que no me apure, que Él no quiere nada de mí más que le ame, que le acompañe, que tenga oración que con ella lo puedo todo y que confíe en Él.