Dentro de los valores de los mexicanos, uno muy fuerte, muy claro es el cariño al Papa, no solo a quien, por gracia de Dios hoy nos guía, sino al Papado, a la institución del Sumo Pontífice. Sí, se nos puede criticar mucho a los mexicanos sobre nuestra religiosidad, sobre nuestra inconstancia, sobre la falta de profundidad en el conocimiento de nuestra fe. Pero no se puede negar que en México siempre se ha querido y respetado al Papa, a este Papa y a todos los Papas.
Hoy que, como desde hace más de quince años, hay quien nos vuelve a vaticinar la próxima muerte de nuestro queridísimo Juan Pablo II, cabe preguntarnos: ¿Qué pasa cuando muere un Papa? Si les creemos a los que, como buitres, están espiando las señales de la muerte de nuestro Santo Padre, parecería que es un acontecimiento fundamental. Se especula y se hacen mil cábalas sobre los cambios que traería la muerte de éste o de cualquier otro de nuestros Pontífices. Y, la verdad, para los que creemos que la Iglesia Católica es la verdadera sucesora de Jesús y sus apóstoles, es que no pasará nada. O, desde otro punto de vista, pasará mucho.
No pasará nada porque, como sabemos bien los que ya hemos vivido las muertes de otros Papas, lo que ocurre es bien poco. No es de esperar grandes movimientos, cambios fundamentales, movimientos radicales. No ha sido así en casi dos mil años, y no será así por todo el tiempo que Jesús demore su segunda venida. No se destruirá la Iglesia, no se cambiará, porque la Iglesia no es obra humana y porque la Verdad no está sujeta a que los tiempos cambien. Nuestra Iglesia seguirá siendo la que es y la Verdad seguirá ajena a las modas y a los usos; fortalecida, sí, mejor y más profundamente explicada, pero esencialmente la misma.
Por otro lado, pasará mucho. Dios premiará al Papa por todo el bien que nos ha hecho a cada uno en lo personal, por el modo tan admirable como se ha entregado, por su lucha, por su esfuerzo, por sus sufrimientos. Y ocurrirá ese milagro portentoso que, de tan visto, ya no apreciamos. El Espíritu Santo volverá a inspirar la sucesión del Papa y volveremos a tener nuestra guía segura y cierta en medio de la inquietud y el desasosiego que nos inspira el mundo actual, ese sí, inestable y lleno de tantos problemas. No, no hay que temer a la muerte de un Papa. Será solo un relevo, un cambio de guardia. “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”, dijo Jesús, y cuando nuestro Papa nos deje para ir a la casa del Padre, una vez más nos mostrará que no quedaremos huérfanos, porque nos suscitará un nuevo Padre Común, un Dulce Cristo en la Tierra, que nos amará a todos y que dará su vida por nosotros. Y esto, hermanas y hermanos católicos, ocurrirá igual si nuestro Papa nos deja dentro de un día o dentro de veinte años. Porque es el Espíritu Santo quien cuida de su Iglesia.