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Cuando los sueños conmueven

Conmover a una sociedad, a todo un país, es una empresa difícil, pero “Panchito” la logró. No diseñó un plan, una campaña publicitaria o una estrategia de marketing. Lo único que hizo fue compartir un sueño con la pureza y sencillez propias de las almas buenas y nobles.


Chile se conmovió con el sueño de toda la vida de un joven de 30 años: ser sacerdote. Una ilusión distinta, una fantasía extraordinaria, cuando quimeras como el ser famoso, rico o bello son las más socorridas entre la juventudes de todo el mundo.


Y a ese ensueño carismáticamente conquistador se le agregó la ejemplaridad de la fortaleza con que afrontó su enfermedad y que jamás le hizo perder el horizonte que guardaba en su mente, corazón y voluntad.


Hace unos meses, “Buenas noticias” participó de la alegría colmada de “Panchito”, sus familiares y amigos, al haber recibido la ordenación sacerdotal de manos de su Obispo, Mons. Rafael de la Barra, en la capilla de una residencia de reposo para sacerdotes llamada “Hogar del santo Cura de Ars”, donde recibía las atenciones propias de un enfermo terminal de cáncer.


Aquel 11 de enero de 2006 fue la expectativa y el júbilo en la diócesis de Illapel cuando fue ordenado presbítero. Él había pensado que no cumpliría el sueño de toda su vida; veía aquel día tan lejano pero su esperanza nunca decayó pese a los dolores del cáncer que le consumían poco a poco. Fue fuerte. Perseveró y llegó a la meta a pesar de los pronósticos contrarios.

Había elegido como lema para su ordenación un versículo de los salmos: "Servid al Señor con alegría". Y ese fue su ideal de vida, su misión, su herencia. El 22 de febrero de este año, con su ideal hecho vida, con su sueño hecho realidad, falleció.

El cáncer, al final, le abatió y consumió definitivamente. Sin embargo, él regaló a todos aquellos que se decantan por salidas “fáciles” y en boga como la eutanasia, la ejemplaridad de asumir y enfrentar su enfermedad con coraje pudiendo cumplir el objetivo de su vocación de vida al convertirse en sacerdote.

Si parte de la misión de un sacerdote es su testimonio, su ejemplo de júbilo, el transmitir, el reflejar a Cristo muerto y resucitado por amor, el P. “Panchito” lo supo colmar con la disponibilidad asombrosa de quien sabe aceptar y afrontar el destino.


El corto ministerio sacerdotal de este hombre es ya fructífero. Ha ilustrado la visión cristiana del papel del dolor. Ha sabido aceptarlo pensando en la felicidad eterna. Fue feliz porque supo ver más allá de los planes personales, porque puso en Dios su vida y aceptó sin renegar lo que le venía. La vida es una y, por breve que pueda ser, es útil si se pone al servicio de los demás, si se testimonia la alegría de saberse amado y amante. Esto él lo tuvo siempre presente y por eso conmovió a todo un país.