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Cristo, centro, criterio y modelo de tu matrimonio

Los esposos se santifican con su amor

Desde luego, amar santifica a la persona que ama. Pero después del sacramento del matrimonio hay algo más: amar santifica también a la persona amada. Desde el momento en que sus amores son amalgamados con el amor que Cristo les tiene, todos los actos de amor de los esposos son también vehículo del amor de Cristo por ellos y, por lo tanto, vehículos de la gracia.

Por estar unidos a Cristo, los esposos son instrumentos de gracia y de santificación mutua. Atreviéndonos a poner estas ideas en una actuación concreta podríamos decir lo siguiente: cuando una esposa espera a su marido por la noche con una cena caliente, no sólo le hace un gesto de amor humano sino este gesto de amor suyo es, también, portador del amor de Cristo (por tanto, de gracia) hacia él. Cuando un esposo acompaña a su esposa en un momento difícil, dándole el apoyo que necesita, le da amor, pero le comunica, también, el amor (la gracia) que Cristo le tiene. Así, los esposos son los embajadores del amor de Cristo el uno para el otro. ¡Qué hermosa misión!: “con mi amor por ti, me toca hacer presente el amor que Dios te tiene. Mi amor por ti hace ‘visible’ ese amor divino”.

Sé fiel en la dificultad a lo que has visto en la luz

La visión cristiana del matrimonio abre una perspectiva nueva para entender también la fidelidad hasta la muerte en el amor. “Si mi amor está unido al amor de Cristo ya no puedo echarme para atrás. Cristo no retracta su amor; yo tampoco, porque mi amor se ha unido al amor que Él te tiene”. Es como el sacerdote en la Misa: tiene el poder para consagrar la ostia pidiendo a Cristo ese milagro con la seguridad de ser siempre escuchado; pero no tiene poder para des-consagrar la ostia. Cristo da por supuesto que hablamos con sinceridad y toma infinitamente en serio nuestras decisiones, nuestra libertad, nuestras entregas. Dios te ha hecho capaz de darte, de entregarte; él lo avala y él te sostiene.

Ser fiel es una de las notas que embellecen el amor del matrimonio. Una de las notas características de amores, precisamente, escoger a una persona de entre todas las demás. Hay que saber cuidar esta exclusividad.

Pero hay muchos grados de fidelidad. En primer lugar está la fidelidad física y sentimental, fidelidad que supone luchar con toda honestidad contra aquello que la puede manchar. Hace mucho tiempo San Agustín describió un cierto camino que lleva a la perdición en este campo. El decía que la infidelidad suele tener los siguientes escalones:

primero hay una chispa, un "algo" que surge: una persona que llama la atención. Con lenguaje moderno diríamos que hay "química". En segundo lugar, comienzan los encuentros "fortuitos". "Misteriosamente" resulta que las personas involucradas se encuentren en todas partes: en una reunión, en el mercado, hasta en ... la Iglesia ("¡los dos vamos a la misma Misa entre semana; será de Dios!"). El tercer momento es cuando los encuentros ya son buscados, planeados y ... escondidos de ojos indiscretos. En esos encuentros las manifestaciones de cariño se van aumentando en intensidad, pasando de ser afectuosos a ser más propiamente sexuales. El cuarto momento se caracteriza por los regalos, que pueden llenar un abanico que va desde una flor hasta un coche. Y, finalmente, el quinto tiempo será la entrega. La manera de ser fiel es cortar este proceso desde el principio.

El amor tiene un sistema de alarma muy eficaz. Normalmente suena cuando comienza a haber algo que no es claro. Hay que ser honestos y rápidos en cortar lo que comienza a torcerse en este campo. Hay que cuidar, especialmente, los afectos del corazón. Por el hecho de estar casado o casada no se elimina la posibilidad de sentir afecto inconveniente por otras personas. La falta no está en sentir sino en consentir esos afectos.

Diré una palabra más sobre la fidelidad. A veces las parejas preguntan qué pueden ver y que no deben ver. Estamos en un tiempo cuando las imágenes sexuales están al orden del día y de fácil acceso. Por desgracia en esas imágenes se exhibe todo menos lo que es verdadero amor, verdadero matrimonio. Por lo tanto, una dosis de sentido común es necesaria para los esposos. Ellos no deben permitir que nadie -tampoco la pantalla- tire lodo sobre lo que es sagrado, lo que, para ellos, representa algo tan hermoso y delicado como es su vida conyugal. Cuando se permite tirar lodo, algo se pega siempre y puede darse una deformación en el propio ejercicio de la sexualidad. La fidelidad es también de la vista. Tal vez comience ahí y, ciertamente, el control de la vista y lo que va con la vista es una de sus manifestaciones más finas porque en ese campo cada uno está solo con su corazón y con su conciencia. La fidelidad en este campo hace al amor muy fuerte.

Cuidar los elementos humanos del amor

El hecho de que unos cristianos se casen por la Iglesia y reciban el sacramento del matrimonio no les excusa de cuidar escrupulosamente todos los elementos humanos del amor. De nuevo una comparación puede ayudar: si se deja a la intemperie una ostia consagrada y una ostia sin consagrar ambas ostias se echarán a perder por igual. Dios no suele hacer milagros de este tipo porque supone que tenemos una cabeza y que la vamos a usar. En vez de maltratar y exponer una ostia consagrada la cuidamos con más esmero, precisamente porque está consagrada. Así tienes que hacer con el amor de tu matrimonio: velar por todos sus elementos humanos en su doble vertiente físico-espiritual. Lo humano es siempre la base para lo espiritual. Un matrimonio que no cuidara los elementos del amor humano, de la convivencia, de la sexualidad, del respeto mutuo, etc. estaría poniendo en peligro incluso la realidad sobrenatural de su unión.

Haced lo que Él os diga.

Al colocar el amor de Cristo como un factor del matrimonio, se exige que se tome ese amor como modelo y medida de la vida. Los esposos tratarán, dentro de lo humanamente posible, de amar como Cristo ama, pues aman ya con Él. En un mundo donde el matrimonio ha sido tan desprestigiado y trivializado y donde los modelos son tan efímeros y pobres, (cómo es importante resaltar el matrimonio cristiano en toda su belleza ideal! Así los esposos se estimularán a trabajar, a ser fieles, a ser delicados y perseverantes, a encontrar razones para luchar e incluso razones para amar por encima de las adversidades grandes o pequeñas que la vida pueda traer.

Vivir cerca de Cristo, en gracia.

El sacramento del matrimonio envuelve el amor de los esposos en el amor que Cristo les tiene. Sería un contrasentido grave vivir, por el pecado, en desaveniencia con ese mismo Cristo. Con su unión calcada sobre la relación de Cristo con la Iglesia, los esposos están llamados a entrar en una relación muy personal con Aquel que amó “hasta el fin”. A este propósito dice el Papa que si no estamos con Cristo nunca vamos a entender el amor.

"¿Acaso se puede imaginar el amor humano sin el Esposo y sin el amor con que él amó primero hasta el extremo? Sólo si participan en este amor en este ‘gran misterio’ los esposos pueden amar ‘hasta el extremo’: o se hacen partícipes del mismo, o bien no conocen verdaderamente lo que es el amor y la radicalidad de sus exigencias. Esto constituye indudablemente un grave peligro para ellos" 1.

La perseverancia en el amor es, por tanto, un don de Dios. Un don que consiste en una visión de fe que nos hace ver el matrimonio en una dimensión más grande de lo que es la visión meramente humana. Además es un don que concede una fuerza especial para llevar esa visión a la práctica.

De nuevo nos viene a la mente la definición del amor como un mirar juntos en la misma dirección. ¡Qué grandeza da el misterio cristiano a esta verdad humana! El amor mira a Dios, destino único y total de cada corazón humano y el amor hace ese camino de la mano del mismo Cristo que también es Esposo y... ¡algo sabe del matrimonio!

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1 Carta...n.19,8.