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Crímenes cobardes

Cuando estaba terminando mis estudios preuniversitarios en la Escuela Preparatoria número 4, de Tacubaya, precisamente en 1968, estalló el famoso movimiento estudiantil. Recuerdo que un día salimos del auditorio a “tomar camiones” para ir a la “Prepa 5” , pues los dirigentes de la porra así lo decidieron en una asamblea general. Como muchos otros, me dejé llevar por la ley del rebaño e hice lo que solo nunca hubiera hecho: detener un autobús lleno de pacíficos y asustados pasajeros y obligar al chofer a que nos llevara a nuestro destino.

Antes de darme cuenta estaba corriendo por los pasillos de un centro escolar desconocido, sin saber por qué y para qué. Era verdad; en nuestro país había muchas cosas que no eran correctas: corrupción, falta de democracia, injusticias, pobreza, ignorancia, racismo, abusos de autoridad y mucho más. Pero en mi caso concreto no estaba de acuerdo con el famoso “Pliego Petitorio” en el que estaban consignadas “las exigencias del estudiantado”; es más, ni siquiera lo había analizado con calma.

Todo aquel ambiente estaba impregnado de argumentos acalorados; de arengas llenas de odio donde el tenor era el insulto a voz en cuello; la alusión a injusticias sociales sin propuestas de solución. Aquello sonaba más a desgobierno que a soluciones. Pero desafortunadamente eso era lo que daba resultado para mover a las masas. Al fin y al cabo las masas no piensan. El raciocinio es una labor personal. Sólo el diálogo sereno establece las bases para que los razonamientos individuales trabajen en equipo enriqueciéndose mutuamente.

La oscuridad mental, bien lo sabemos, es muy peligrosa pues si caemos en ella las posibilidades de equivocarnos se multiplican. Todos conocemos y lamentamos el triste desenlace de aquellos acontecimientos del 68. Dios quiera -y estoy seguro que quiere- que todo eso no se repita.

La historia ha demostrado, más de mil veces, que en las conflagraciones quienes menos tienen son los que más pierden, pues son los más vulnerables. Por otra parte, la sabiduría divina nos advierte que: “todo reino dividido contra sí mismo, será desolado”. Sólo la unidad y la capacidad de entendimiento nos pueden dar la fuerza necesaria para superar nuestros problemas.

¡Qué rico el contenido de aquel hermoso y desgarrador “México creo en ti” de Ricardo López Méndez! Pero no olvidemos que México somos nosotros y, por lo mismo, podremos creer -confiar- en nosotros sólo en la medida en que cumplamos la parte que nos toca en la búsqueda del bien común; no de bienes partidistas.

No descansemos en nuestro afán de buscar la superación de todos dejando que la razón impere sobre los sentimientos, pues decir “ya basta” todavía no resuelve nada. Trabajemos por la paz, no por la violencia.