Se ha desatado una polémica sobre la prohibición o aceptación de los llamados “narcocorridos” en las emisoras de radio de carácter público. No importa, en esta discusión, quién es el que prohíbe y quién el que propone la difusión de los corridos de narcos. Importa la repercusión social de estas piezas, digamos, musicales. Y es en este punto donde centraré mi comentario.
Evidentemente, en la historia de la comunicación, cuando se ha querido legitimar una práctica, se le añade un producto (o una serie de productos) de comunicación. En sí misma la práctica es normal. El problema comienza cuando lo que se asocia como mensaje al medio es una práctica de muerte, de mentira, de engaño; es decir, cuando se usan los medios para pervertir el gusto, crear necesidades, fundamentar un régimen autoritario, cabildear derechos inexistentes, embrutecer, manipular, desviar la atención… Entonces los medios se convierten en herramientas maravillosas en manos muchas ocasiones desdichadas, otras, simplemente, criminales.
Hay una parte de la comunicación pública que ha explorado, sobre todo en la década de los años setenta, Umberto Eco y es la explotación de los mitos asociados a los súper héroes de masas. En la estructura del relato (y un corrido es un relato), aparece una “diferencia” a lo que se tiene por vida cotidiana: el relato se torna un cantar de gesta, una especie de provocación al público (sumido en la cotidianidad) a “superar” —mediante la imitación, la alabanza, el aprecio del héroe, de la idea, del personaje— su mediocre existencia. Sin que se lo proponga de manera consciente, buena parte del público hace suyo no al héroe sino al estilo de vida de héroe y lo asimila. O, cuando menos, lo vuelve amable, una parte de su vida que puede conducirle a un camino “excitante”.
Si el mito del súper héroe es Superman no pasa demasiado. Más bien, no pasa nada. Sí hay una trasmisión de valores (qué comunicación pública no lo hace) y, hasta cierto punto, una ideología de fondo. Pero el problema está cuando el “sistema” de valores de un relato (en este caso un relato musical, pegajoso, a veces simpático) encubre el universo criminal del narcotráfico. Los “valores” del súper héroe llamado narcotraficante son los de la pistola, la cuerno de chivo, la muerte, la persecución, la creación de un estado paralelo donde no hay reglas, hay dinero, poder, mujeres, “pasión y aventura”…, lo poquito que dura. Para millones de jóvenes a los que México no ha sabido darles futuro, los corridos de narcos suenan como el canto de las sirenas: una atracción total.
Por ello, creo, no es posible su difusión. No se vale argüir libertad de expresión. La vida de un país se mide, en un parte pequeña, pero significativa, por la altura moral de sus héroes. No volvamos héroes a los criminales. Es el principio de la caída. Cuando el precario equivalente general de valor se fractura, la sociedad queda al garete; queda al mando del matón en turno. Caldo muy favorable a las dictaduras.