Notamos que cada vez hace más frío y hemos sacado de nuestros armarios ropa más abrigadora. Poco a poco avanzan las semanas y se acerca la fiesta de la Navidad. Ya muchas tiendas y anuncios publicitarios nos transmiten mensajes sobre esta importante fecha.
Pero, ¿se han fijado que toda esa publicidad alrededor de la Navidad nos habla del personaje (creado por el diseñador gráfico de un conocido refresco de cola), Santa Claus? Aunque su verdadero origen se remonta a un santo obispo que realizó muchas obras en beneficio de los más necesitados, San Nicolás de Bari, que nada tiene que ver con ese viejo regordete, de barbas blancas, con trineo y ese estrafalario atuendo rojo.
También suelen abundar los muñecos de nieve con bufanda y sombrero, esferitas multicolores, pinitos verdes, flores de nochebuena y demás adornitos que podrán ser más o menos simpáticos, pero que no nos comunican el hecho medular de la Navidad.
A través de los comerciales parecería que la Navidad se reduce a una temporada en que se vive la cordialidad y los humanos nos intercambiamos regalos. Claro está que como vivimos en una sociedad de consumo, verdaderamente nos “bombardean” con un sinnúmero de mensajes para que compremos no sólo “algunos”, sino muchos regalos; para que bebamos, comamos, viajemos, etcétera.
Siempre conservando ese tono materialista hedonista de “usted consuma mucho y, sólo entonces, será feliz”. El mensaje subliminal es ridículo, pero por desgracia hay mucha gente que realmente se lo cree o, al menos, así lo vive.
¿Cuál es el sentido profundo y medular de la Navidad? Celebramos con enorme alegría el suceso que cambió la historia de la Humanidad: que el Hijo de Dios se Encarnó, se hizo hombre. Quiso nacer como todos los niños de la tierra, pero además pobre, en un establo, para padecer y hacerse más cercano a nosotros.
Luego, ya de adolescente comenzó a trabajar como artesano hasta los 30 años, en el taller de San José y siempre acompañado por las atenciones y el cuidado de su Madre, la Virgen María.
Después comenzó su vida pública, en la que predicó infatigablemente el Evangelio, por aquel lugar que los cristianos llamamos Tierra Santa, y se mostró como el Mesías esperado realizando numerosos milagros, prodigios y haciendo profecías.
Finalmente, quiso sufrir hasta lo indecible y dejarse clavar en una Cruz para salvar al género humano y abrirnos de esta manera, con una generosidad total y sin condiciones, las puertas del Cielo.
Me pasaba por la cabeza esta idea, ¿qué sugerencias podría hacerles a los lectores para que todos vivamos una Navidad realmente diferente? Enumero algunas ideas concretas:
Poner un Nacimiento en nuestra casa. Un aspecto que da un toque definitivamente cristiano a un hogar, en esta temporada, es montar un pesebre, una modesta casita, a modo de establo, dentro del cual se encuentren Jesús, María y José, rodeados de los Tres Reyes Magos (Melchor, Gaspar y Baltasar), de pastorcitos que van a hacerles compañía, de algunos animales que le proporcionan calor al Niño-Dios.
No creo que haya cosa que alegre más a los niños que ir toda la familia al mercado a comprar las figuritas de barro o madera para armar el Nacimiento. ¡Con qué ilusión recuerdo que íbamos mis padres, mis hermanos y yo a conseguir esas figuras para el Nacimiento!
Sin duda que esas anécdotas infantiles son inolvidables, entran dentro de esa pedagogía que me parece que los padres deben de cuidar para educar a sus hijos en la fe.
Llevar a cabo una posada tradicional cristiana. Ahora “posada” se le llama a cualquier fiesta o “reventón” decembrino. No me refiero a esto. También en los mercados venden las figuras más grandes de los Peregrinos (Jesús, María y José), así como de unos folletitos que sirven de guía para rezar el Rosario, con las Letanías marianas, las velas y los cánticos para pedir la Posada de los Peregrinos.
También se puede conseguir todo lo necesario para organizar la fiesta que viene como consecuencia de esta alegre costumbre cristiana: las piñatas, las luces de bengala, la colación, las serpentinas, los pequeños silbatos, las golosinas… De igual forma, lo necesario para preparar un buen ponche caliente con tamales y buñuelos, etcétera. Todo esto es la Navidad mexicana cristiana, que durante siglos se ha perpetuado.
Animar a los niños en la familia a llevarles dulces y juguetes (en buen estado) a pequeños huérfanos o enfermos, o conseguirles algunos regalos a viejecitos en un asilo de ancianos. ¡Tantas veces una conversación amistosa, con una cordial sonrisa, acompañada de un pequeño regalo material, puede alegrar la vida de tantas personas que sufren o se encuentran en una dramática soledad!
Reconciliarnos con algún familiar o amigo (esposa, hijos, parientes, amigos, etcétera) con quien tuvimos durante el año algún roce, fricción o diferencia y que, visto con la perspectiva del tiempo, aquello no tiene mayor importancia, sólo que la soberbia agiganta los rencores y resentimientos.
Por ello, aun en el caso en que no hayamos tenido la culpa, es muy bueno adelantarnos a pedir perdón y tender la mano conciliadora, ¡ayuda tanto a limar asperezas esa conducta reconciliadora! Porque no hay acto más liberador del hombre que saber perdonar de todo corazón y olvidar.
Estar especialmente atentos y cariñosos con la esposa y con los hijos en esta temporada. Hace poco me decía un amigo:
–En estos días entre el 25 de diciembre y Año Nuevo me tomaré unas vacaciones. ¡Pienso “desconectarme del mundo y sus alrededores” para descansar!
Está bien y es necesario descansar para recuperar fuerzas y luego continuar trabajando, pero hay que pensar primero en la felicidad de los demás. Preguntarnos por ejemplo, ¿qué es lo que más le descansa a mi esposa o a mi esposo?, ¿qué planes les ilusionan a mis hijos? Y con base en ello, elaborar nuestro descanso.
En esto también podemos dar un “plus” para crecer en generosidad. Al final, habitualmente sucede que si nos vencemos en nuestros pequeños egoísmos y pensamos prioritariamente en los demás, viene a nosotros también esa íntima felicidad.
Y lo más importante: el buscar reconciliarnos con Dios. ¿Cómo? Mediante una buena confesión sacramental. La paz y el gozo que experimenta nuestra alma después de una confesión bien hecha y a fondo, no tiene comparación con nada de este mundo. Y a continuación, es muy recomendable recibir al Señor en la Eucaristía, el mejor alimento del alma.
De este modo, nos percatamos que la Navidad podemos convertirla en una auténtica fiesta espiritual, en la cual podemos crecer en nuestro amor a Dios y practicar obras en servicio al prójimo, buscando hacer felices a los demás.
¡Anímate a que esta Navidad sea para ti y tu familia inolvidable y diferente!