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Confesión ¿en el confesionario?

Resulta frecuente durante el tiempo de Cuaresma que se pongan de acuerdo varios sacerdotes para llevar a cabo tandas de confesiones de manera que, reuniéndose varios en una iglesia, se anime a los fieles a confesarse un día determinado aclarando que se administrará este Sacramento a todos los que se acerquen. Lo cual resulta bastante positivo sobre todo para quienes se supone que nunca encuentran tiempo para confesarse.

Cuando este año hicimos lo propio en uno de tantos templos, llamó nuestra atención un fenómeno que podría parecer curioso, pero que tiene fácil explicación: El sacerdote que tuvo más éxito, es decir, mayor número de gente, fue el que estaba administrando el sacramento en el confesionario que tiene paredes normales, y una rejilla que impide ver a quien se está confesando.

En los documentos de ACEPRENSA me encontré una síntesis de un artículo publicado por el teólogo y psiquiatra Juan Bautista Torelló donde hace una defensa de ese mueble que en los últimos años ha ido desapareciendo de algunas iglesias: el confesionario. Supongo que puede resultar extravagante, atreverse en estos tiempos -cuando los pecados se presumen por televisión- a defender la existencia de aquel utensilio concebido no para hacer más cómoda una habitación, sino para convertirse él mismo en la casa de los que habían perdido el hogar divino-paterno.

Es razonable que la experiencia pastoral haya sugerido la creación de un ambiente específico, diseñado para proteger tanto la dignidad del acto sacramental, como la libertad y la buena fama del sacerdote y del penitente. Porque lo que aquí está en juego es lo más íntimo y personalísimo en la vida de un cristiano: la culpa y el arrepentimiento que, a fin de cuentas, sólo interesan a Dios: “Contra ti solo he pecado”.

Todo ello sin perder de vista lo que hace pocos días se leía en el Evangelio de la Misa cuando Jesús estaba rodeado exclusivamente de sus Apóstoles: “Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos” (S. Juan. 20. 22-23). Esto resulta patente cada vez que el confesor, haciendo las veces de Cristo, pronuncia las palabras de la absolución en primera persona: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Pero en fin, volvamos al tema del confesionario.

La confesión como Sacramento y como juicio explica la acusación verbal de los pecados, y las palabras de la absolución, que son directamente perceptibles. Sin embargo, ello no exige que sean visibles ni el sacerdote, ni el penitente entre si. Un confesionario construido de ese modo que, según las leyes vigentes, debe hallarse en todas las iglesias y oratorios, en un lugar abierto y accesible a todos. (Código de Derecho Canónico, canon: 964).

Resulta curioso, por otro lado, comprobar que incluso Freud excluyó el “cara a cara” en sus prácticas de psicoanálisis, con el fin de favorecer la libertad y la espontaneidad del paciente. Ningún confesor, ningún obispo, y ni siquiera el Papa puede obligar al penitente que se identifique, como condición para absolverle. Por otra parte, el sacerdote también tiene el mismo derecho a escoger el lugar de la administración de la confesión. Y en muchos casos puede decidir él oír la confesión sólo en el confesionario, concretamente cuando esté convencido de que debe defender la dignidad del sacramento, el bien espiritual del penitente, y el suyo propio.

La confesión cara a cara trae consigo el peligro de comprometer emocional y afectivamente a las personas, lo cual puede enturbiar y debilitar la seriedad y el carácter sobrenatural de algo que en si, es sagrado. Es necesario reconocer que la pared divisoria y la rejilla fija dificultan la mirada, protegen el pudor y garantizan una prudente distancia entre el confesor y el penitente, mientras que la confesión a cara descubierta levanta toda protección y hace más difícil, en muchos sentidos, el descubrir lo más íntimo de la historia personal.

Pienso que es válido por lo tanto, hacer esta apología del confesionario, pues la experiencia demuestra que cuando hay un sacerdote en el confesionario, los fieles suelen acudir más al Sacramento de la Reconciliación.