Pasar al contenido principal

Con María hacia Dios

En el cruce de un camino, en lo alto de una iglesia, en la puerta de la casa, dentro de un coche, en un cuarto, en la pantalla de una computadora, se encuentra la imagen de la Virgen. 

María está al lado de todos los creyentes, no nos deja solos, somos sus hijos, aunque a veces no nos portemos del todo bien... 

María, la Madre de Jesús, nos acompaña, nos sonríe, nos alienta en todos los lugares, en cualquier tiempo del año. En el momento del dolor y de la prueba, allí está Ella. En las alegrías y las esperanzas, allí está Ella. En un encuentro de familia, en la reunión de los amigos, en el trabajo o en la escuela, no puede faltar Ella. En el momento de la agonía, cuando llega la hora de recoger el equipaje para presentarnos ante Dios, María nos asiste y nos da fuerzas como la mejor de las madres. 

María es Madre: no puede olvidar a ninguno de sus hijos. Podremos ser malos, podremos vivir como vagabundos, podremos tal vez olvidar o renegar de nuestro nombre de católicos. Ella continúa con su amor: espera que el rebelde, tarde o temprano, cansado o herido, vuelva a casa. Nos prepara la acogida de la esperanza y del amor: no quiere que le demos explicaciones, quizá incluso no quiere que pidamos perdón. Le basta el vernos allí, de nuevo, en familia. 

La Iglesia en México y en el mundo entero tendrá siempre presente un cerro en el que la Virgen nos alentó con su cariño: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” Son palabras que nos unen directamente al Calvario, cuando Cristo, el crucificado, le dijo a María: “He ahí a tu hijo”. Son palabras que nos alivian en las mil aventuras de la vida, en los peligros, en las pruebas, en los fracasos.  María nos espera a todos, como a hijos. Cuando rompamos las fronteras de la muerte y encontremos al Dios de la justicia y del perdón, sentiremos en lo más profundo del corazón el cariño de la Virgen María. Un amor fiel, un amor fresco, un amor de Madre, en el tiempo y en la eternidad.