Hola, Jonathan! ¿Cómo estás? Espero que muy bien.
Te pido disculpas si te mando la carta así, por internet. No tengo tu dirección, no sé cómo localizarte en el pueblo donde vives. Te lanzo el mensaje así. Sé que es difícil que te llegue, pero lo dejamos en manos de Dios. Quizá lo leerán otros chicos como tú, incluso a alguno podrá servirle. Sobre todo, quizá lo puedas leer pronto tú mismo. Ojalá.
Me dio mucha alegría conocerte durante las misiones. Te saludé dos veces, la primera en una cena con los misioneros, donde por cierto te portaste muy bien. Otra al final de la misa el Sábado Santo por la noche. Pero la segunda vez, como te diste cuenta, estaba yo muy preocupado.
Sí, es por eso que tú sabes. Me dijeron algunos amigos tuyos lo que hacías: tus amistades, tus cigarrillos, tus aventuras peligrosas.
Con tus 11 años ves la vida como un juego y no percibes los muchos peligros que se esconden a cada paso. Pero no por ello lo que haces deja de ser menos importante para tu presente y tu futuro.
Me daría una pena muy grande que destruyeses tu salud, tu entusiasmo, tus energías, tu capacidad de amar y ser bueno. Me dolería mucho verte caminar, como tantos jóvenes y adultos, por el camino de las drogas, de las borracheras, del abuso del sexo, de la pereza, del “ahí se va” sin ninguna responsabilidad.
Recordarás que intenté decirte esto mismo junto a la iglesia. Quizá mis palabras te parecieron un poco exageradas. Y eso me da miedo: porque en el mundo de hoy la mala vida está muy a la mano y da alegrías instantáneas y fáciles; porque muchos dicen que “no es para tanto” y que “no pasa nada”. Pero luego quedan heridas que muchos lloran por años y años.
Es por eso que te escribo estas líneas. Porque quiero que seas un hombre de bien, porque espero que crezcas sano, porque tus padres y algunos de tus amigos (no todos, por desgracia) están preocupados por lo que ahora haces y desean para ti un futuro honesto.
No quiero cortarte las alas ni decirte que dejes de jugar y de vivir en tantas maneras sanas. Tampoco quiero cerrar los ojos como si lo que ahora haces no tuviese su importancia. Si te abandonas a malos amigos, si vas a lugares peligrosos, si consideras que con un poco de droga no pasa nada, estás ya en el camino del fracaso.
Porque lo más malo del mal es que gusta y provoca emociones muy intensas, y por eso no nos damos cuenta del mucho daño que deja en los corazones (pecar es siempre algo muy grave) y en el mismo cuerpo.
En cambio, si te dejas aconsejar por el párroco, por tus padres, por personas buenas; si te tomas en serio los estudios y buscas prepararte para ser un hombre de provecho; si adquieres poco a poco esa educación que te lleve a respetar a todos, niños y grandes, sanos y enfermos, incluso a quienes están hundidos por el vicio... Entonces tu sonrisa, esa que todavía tienes, brillará sana y bulliciosa por años y años, como la de tantos miles y miles de chicos y jóvenes que deciden vivir rectamente y no como quienes prefieren el vicio y los caprichos.
Tengo que terminar por ahora estas líneas, para no aburrirte. He dejado para el final lo más importante: no dejes de estar muy cerca de Dios. Pase lo que pase, Dios será siempre tu mejor amigo.
Busca momentos para rezar. Toma un Evangelio y empieza a leerlo, poco a poco. No dejes de hablar con el Espíritu Santo. Pregúntale: ¿hago esto? ¿Te parece bien lo otro? ¿Cuándo empiezo a tener novia? ¿Hay algo más que pueda hacer por mis padres y abuelos? ¿Sigo los estudios o empiezo a trabajar?
Si alguna vez te equivocas, si llegas a pecar, si haces algo muy malo, si ofendes a tus padres, hermanos o amigos, si te sientes engañado por quien sólo quería aprovecharse de ti por ser “buena gente”, siempre tendrás en Dios a alguien dispuesto a darte su perdón, su consuelo, su afecto más profundo.
No sé, de nuevo, si estas líneas puedan servirte de algo. Me encantaría que, de algún modo, llegasen a ti. Veré la manera, quizá lo consiga. Si fracaso en el intento, me queda una oración. Dios nos escucha siempre que le pedimos algo bueno. Pido por ti, por tu alegría, por tu presente y tu futuro.
Que la Virgen te acompañe siempre. Y no andes mojando a la gente el Sábado Santo del año que viene, para que nadie coja un resfriado. Si nos volvemos a ver, tenme por amigo. Reza también por mí, y un saludo a todos por allá, en ese pequeño paraíso de montañas, valles, volcanes, ríos y truchas en el que tienes la dicha de vivir.
Tuyo en Cristo,
P. Fernando