¿Seremos capaces de olvidar lo que sucedió en Colonia, Alemania, en agosto de 2005? Porque ignorarlo es imposible. Alguno podrá intentar olvidarlo para sumirse de nuevo en el sueño de una vida que no valga la pena vivirse... Pero la realidad es que la vida sí merece ser vivida. Y esa misma realidad nos muestra cómo se llena de contenido un millón de vidas jóvenes de todas las razas y continentes. Ese contenido lo tenemos -algo así como un buen vino embotellado de origen- en el libro de Benedicto XVI, “La revolución de Dios”.
El título del libro surge de la homilía de aquel memorable 20 de agosto en Marienfeld, dirigida al millón de jóvenes de 193 países llegados a Colonia a la Jornada Mundial de la Juventud 2005. Interrumpido por los aplausos, Benedicto XVI recordó que en el siglo XX el mundo fue testigo de “revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones”.
“Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo”, afirmó. “No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico”.
“La revolución verdadera -concluyó con vigor- consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?”
Fu así como “descubrimos” a Benedicto XBVI. Fue su primera intervención masiva. Un millón de jóvenes lo acogió, lo escuchó y lo aclamó en Colonia
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Llegó la esperada Navidad 2005 -la primera de Benedicto XVI-, en la que “volvimos a descubrirlo” para no olvidarlo nunca. El 25 de diciembre, al mediodía escucharon su primer mensaje de Navidad unas cuarenta mil personas congregadas en la plaza de San Pedro, así como millones de telespectadores de todos los continentes que siguieron la bendición “Urbi et Orbi” -a la ciudad y al mundo- a través de 111 canales de televisión de 68 países.
“En este día solemne -nos dijo- resuena el anuncio del ángel, que es también una invitación para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador. Que los hombres de hoy no duden en recibirlo en sus propias casas, en las ciudades, en las naciones y en cada rincón de la tierra: no lo olvidemos jamás”.
Y utilizó las palabras fuertes de San Agustín, el obispo de Hipona (354-430): “Despiértate, hombre: por ti, Dios se ha hecho hombre”. “¡Despierta, hombre del tercer milenio! En Navidad, el Omnipotente se hace niño y pide ayuda y protección; su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; su llamar a nuestras puertas nos interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla”.
“Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él!”
Después de referiste a los problemas más concretos que nos atenazan en África y en América, nos ofrece un camino expedito: “Ese Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre es el Creador del universo reducido a la impotencia de un recién nacido. Aceptar esta paradoja, la paradoja de la Navidad, es descubrir la Verdad que nos hace libres y el amor que transforma la existencia. En la noche de Belén, el Redentor se hace uno de nosotros, para ser compañero nuestro en los caminos insidiosos de la historia. Tomemos la mano que Él nos tiende: es una mano que nada nos quiere quitar, sino sólo dar”.
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En la cercanía ya de esta Navidad 2009 se refirió Benedicto XVI al profeta Miqueas que -allá por el siglo octavo antes e Cristo- invita a mirar a Belén Efrata, “la menor entre las familias de Judá, de la que saldrá aquel que ha de dominar en Israel”, y recordó que “Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en todo el mundo”.
“En Belén y en el mundo entero -nos anuncia- se renovará en la Iglesia el misterio de Navidad, profecía de paz para todos los seres humanos, que compromete a los cristianos a calarse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto donde viven, con los sentimientos de Jesús, para transformarse en cualquier lugar en instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor donde haya odio, perdón donde haya ofensas, alegría donde haya tristeza y verdad donde haya error, según las hermosas frases de una famosa oración franciscana”.
“Hoy, como en la época de Jesús, la Navidad no es un cuento de niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad en busca de la paz verdadera. "Él mismo será la paz, dice el profeta refiriéndose al Mesías. Nuestra tarea es la de abrir de par en par las puertas para acogerlo. (...) ¡Feliz Navidad a todos!”, concluyó el Santo Padre.