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Aventuras automovilísticas

Lupita Treviño me contó lo siguiente: “Este pasado jueves tuve un capítulo encantador en mi vida. Un regalote divino, definitivamente. Le di un pequeño alcance a un coche, conducido por una dama maravillosa, de edad similar a la mía. Bueno, digamos que fue un choque entre damas, pero ella que era, digamos, la víctima, con una altura moral que no olvidaré. Sé que yo no hubiera reaccionado así -desde el otro lugar- con tanta dulzura y tranquilidad.

“Terminó nuestra experiencia, un par de horas después del incidente (por la lluvia, tráfico, ajustadores… y demás) y con la presencia de dos de sus hijas -igualmente encantadoras- que se lanzaron desde su casa con paraguas en mano, para cubrir de la lluvia a su mamá y a la otra señora (entiéndase: yo) y todavía me despidió -la dama-, con un: -“Me llamas Guadalupe, por favor, para tomarnos un café”, y luego me regaló esta frase bella: ´Así, hasta gusto da chocar´”.

Pasando a otro acontecimiento, les cuento que el fin de semana pasado fuimos a un curso de retiro desde Chihuahua hasta un rincón de la sierra de Arteaga no muy lejos de Saltillo, Coahuila. El viaje lo hicimos en varios vehículos y a uno de ellos se le “ponchó” una llanta a la ida y otra al regreso. Pues bien, resulta que para sorpresa mía, al día siguiente de nuestro regreso, el conductor de esa camioneta me comentó que habían disfrutado de forma muy singular su viaje pues, como no tenían prisa, pudieron conversar amigablemente de sus vidas y hazañas creando un ambiente de esa camaradería que suele ser inicio de buenas amistades. En el camino aprovecharon para comer, cenar y escuchar buena música. ¡Qué agasajo!

Con cierta frecuencia podemos sorprendernos de nuestras violentas reacciones al conducir por calles y carreteras, como le sucedía a Gufi en aquella caricatura animada de Walt Disney quien al subirse a un auto se transformaba en un auténtico cafre egoísta, inhumano e impertinente.

Es probable que el cambio en nuestras actitudes al estar al volante de un vehículo se deba al hecho de suponer que los tiempos dedicados a nuestros traslados son tiempos perdidos, como si los demás conductores nos estuvieran robando periódos de nuestras valiosas vidas. Por otra parte, quizás también influya el hecho de que estamos al mando de máquinas poderosas y en ellas inconcientemente estamos dando rienda suelta a nuestros complejos para demostrar que no somos inferiores a los demás, lo cual nos coloca en una posición peligrosa como la experiencia y las páginas amarillistas de los periódicos lo demuestran a diario.

Vale la pena recordar que la educación se demuestra en el juego, en la mesa… y en la forma de manejar.