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Aprendamos de los muertos

A veces no me resulta fácil hilar las ideas para escribir el artículo comprometido con la redacción del periódico para cada semana; y ésta es una de esas ocasiones. Por lo que ahora, me tapo con un parche el ojo izquierdo, me visto una camisa de seda tres tallas más grandes de los que realmente necesito, me dejo crecer la barba una semana, me subo a una galera de velas hinchadas por el viento, y con un sable en la mano: me convierto en...: “pirata”. Chan, chan, chan chán, y a copiar textos de otros.

La verdad, es que a veces lo mejor que puede hacer uno es dejar que otros hablen, y por ello quise plagiar, casi sin retoques, un texto que cayó en mis manos hace bastante tiempo, y que cada vez que lo leo, y se los hago oír a otros, me hace un gran bien, y ¿por qué no reconocerlo?: me emociona. Así pues, copio la siguiente carta, pues estoy seguro que a los protagonistas les dará gusto mi atrevimiento:

Conviene aclarar que, pocos días después de que el periódico “Diario de Navarra” publicara una entrevista realizada a Eduardo Ortiz de Landázuri, en la que el médico hablaba del cáncer irreversible que iba a poner fin a su vida, un lector ocasional del periódico, también con cáncer, remitió al doctor lo siguiente. (Ninguno de los enfermos está ya en la tierra).

Amigo Eduardo Ortiz:                                                 Zaragoza, 8 de diciembre de 1983.

Le llamo amigo aunque no nos conocemos. Ni soy del Opus Dei, ni sé lo que es. No tengo fe, aunque dice el cura que tengo la esperanza de tenerla. No tengo caridad y me gustaría haberla tenido. Le escribo diciendo que no nos conocemos porque sólo nos hemos visto una vez, hace casi 20 años; soy uno de los mucho miles de enfermos que usted dice que ha visitado. Me llamo A.F., era funcionario de una ciudad pequeña. Ahora soy nada, un jubilado por el cáncer que, como usted, espera la muerte: en mi caso con miedo.

Entre los dos hay grandes diferencias: usted “cree en la religión, y es apolítico”, yo, “político y arreligioso”; usted habla de la muerte sin tristeza, yo, con miedo; usted dice que ha intentado pasar por la vida haciendo el bien que ha podido, yo he intentado pasar por la vida olvidando que se puede hacer el bien; usted cree en el cielo, a mi, ahora, me gustaría creer. Antes pensé que no era cosa mía.

¿Por qué le escribo esta carta? Una hermana mía, que vive en Pamplona, me mandó el “Diario” y pude leer su “mensaje a los que se mueren”. Después de leerlo, pensando en su cáncer y en el mío, (en esto sí nos parecemos) me entró un deseo grande de ir a un cielo, en el que no creo. Me he confesado. Hacía 20 años que no lo hacía. La última vez después de la visita al Doctor Eduardo Ortiz. Entre las medicinas que me recomendó estaba el que me confesara. Como enfermo, y miedoso lo hice; pero me puse bueno y me olvidé de todo.

Hace una semana después de darle vueltas a su mensaje, llamé al cura. Me ha dicho que estoy perdonado. Yo le he dicho que me arrepiento para siempre (posiblemente porque no volveré a estar bueno). ¿Qué me pasa que ya no puedo escribir a mano y muy mal a máquina? También le he dicho que no tengo fe ni creo en el cielo. Y el cura me dice que tenga paciencia, y que rece a un sacerdote que está en ese cielo y que fue muy amigo del doctor Eduardo Ortiz. Usted tiene 73 años, yo 37. La edad no importa: a los dos nos queda poco para ir al otro mundo; a usted se lo han dicho “con claridad y caridad” a mi de un “modo confuso y sin caridad”.

Le escribo esta carta porque me parece que con ella hago el “primer bien de mi vida a un amigo”. Si yo recibiese de un enfermo esta carta me alegraría al saber que realmente a alguien “he hecho bien”..., seguramente porque yo no soy como usted; soy vanidoso. Doctor, si el cielo existe y usted va al cielo no deje que yo no vaya aunque, aún entonces, no crea. Gracias, doctor, por su mensaje:  A.F.