No es raro que cuando alguien tiene razones (médicas, sobre todo) de pensar o presentir que pronto puede morir, de súbito desea hacer cosas que dejaba pendientes por negligencia, desinterés o malos motivos. Así, quien ve cercana la posibilidad de morir, como es por enfermedades terminales detectadas, piensa en su familia, y en lo que ha dejado de hacer por ella.
Este es el caso del conocido actor Michel Douglas, que tiene cáncer en la garganta, y está bajo tratamiento. Declaró a la revista Hollywood Reporter, que saberse enfermo de cáncer le dio "un poco de perspectiva sobre la mortalidad", y que también le “mostró lo qué es la familia". Visitó a su padre después de varios años de estar alejados, y se preocupó por su hijo Cameron. "Me mostró [el cáncer] un amor que nunca supe que existía de verdad", dijo.
Explicó Douglas que su padre, Kirk, trabajaba demasiado y por tanto, interpreta él, se acercaba a la familia por remordimientos de ausencia. Agregó que él también trabajaba demasiado a veces y que había estado poco con su hijo de 31 años, recientemente detenido por asuntos de drogas.
El domingo primero de Adviento, el tema evangélico versa sobre la necesidad de “estar preparados” ante la nueva venida del Señor. La Escritura nos advierte también que nadie sabe ni la hora ni el lugar de la muerte, y que por eso debemos estar siempre preparados. Sabia advertencia para cristianos o no, es universal.
El estar siempre preparados ante la inevitabilidad de morir, sin saber cuándo, es una permanente advertencia de no dejar “para después” a la familia, a los nuestros; no esperar hasta que estemos en el filo de la navaja para dar, a casi (o casi) última hora, amor, atención, tiempo a los seres que amamos.
Debemos asumir una disciplina de vida tal que ya no tengamos que decirnos cada mañana algo así como: si voy a morir esta noche ¿qué haré estas últimas horas diurnas por los míos, por mi familia en especial? Si asumo ya que “lo normal”, en pleno disfrute de la vida, es tener la felicidad compartida de convivir, de hablar con mis seres cercanos, entonces disfrutar la compañía o conversación (a distancia) con ellos se convierte así en “lo normal”.
Vivamos pues para y con los seres queridos, sin la angustia de pensar que los que vivimos puedan ser los últimos días de nuestra vida y hemos estado ausentes. En vez de “recuperar el tiempo perdido” (por nuestra ausencia), no dejar que exista ese tiempo perdido. Así, ante la muerte cercana no tendremos que reprocharnos.
Antes, mucho antes de sentirnos frente a la asechanza de la propia muerte, apliquemos el dicho poético de Ana María Rabatté y Cervi: “Llena de amor corazones - en vida, hermano, en vida”, La familia, los míos: hoy.