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Al inicio de la Cuaresma

1) Para saber

Al empezar esta Cuaresma, el Papa Benedicto XVI ha enviado un mensaje donde nos propone reflexionar sobre la justicia. Para ello nos recuerda que: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

San Agustín decía que si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21). Si bien, los bienes materiales ciertamente son útiles, es más importante para el hombre cubrir la necesidad que tiene de Dios. Pues el hombre, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Lo “suyo” es tener a Dios.

Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha; cambiaron la lógica del recibir y del esperar confiando en los dones de Dios, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta, se quisieron independizar de Dios, experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre.

2) Para pensar

El hombre necesita de Dios y cuando pretende independizarse de Él, se autodestruye. El Papa nos previene contra esa presunción: Para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia que es el origen de nuestras injusticias.

El famoso fabulista Esopo, conocedor de la naturaleza humana, nos muestra en una de sus relatos las consecuencias de engañarnos a nosotros mismos pretendiendo ser más de lo que somos.

Érase un lobo orgulloso de su sombra. Cierto día vagaba el lobo por lugares solitarios, a la hora en que el sol se ponía en el horizonte. Viendo su sombra bellamente alargada exclamó: “¿Cómo me va a asustar el león con semejante talla que tengo? ¡Con treinta metros de largo, bien fácil me será convertirme en rey de los animales!”

Y mientras soñaba con su orgullo, un poderoso león le cayó encima y empezó a devorarlo.

Entonces el lobo, cambiando de opinión, tuvo que reconocer y se dijo: “La presunción es causa de mi desgracia”.

3) Para vivir

Es preciso reconocer que toda salvación nos viene de Jesús. En ello hemos de ahondar en esta Cuaresma. Nos lo afirma San Pablo: “no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús… por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia” (Rm 3,21-25).

Toda salvación, toda justicia, nos viene de la gracia ganada por Jesucristo. No es el hombre el que se cura a sí mismo, sino por Jesús que se sacrificó por nosotros. Ello significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios, que ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante, con su propia sangre.

Hay que descubrir y aceptar la propia indigencia, la necesidad de su perdón y de su amistad. Para ello hace falta humildad. Y así, si queremos alcanzar una auténtica conversión, un propósito para esta Cuaresma podría ser acudir al sacramento de la Penitencia para recibir esa gracia y ser justificados por Jesucristo.

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