Los sacerdotes somos como los aviones, nos convertimos en noticia internacional cuando alguno cae, pero se olvidan de los miles que se encuentran ofreciendo su humilde y eficaz servicio cada día. Desde que se apropió de los noticieros el caso del padre Alberto Cutié, se han emitido innumerables opiniones, casi todas orientadas a que los sacerdotes nos veamos liberados del celibato. Incluso algunos medios han recurrido a ex – sacerdotes casados para reforzar su parecer. ¡Eso no se vale! Los que opinan son precisamente los que no son célibes. ¿Por qué no escuchan a los sacerdotes que vivimos felizmente nuestra condición de almas consagradas y que de ningún modo compartimos nada de lo que se escucha? La vocación sacerdotal es un don y un misterio, como decía el Papa Juan Pablo II. Es misterio porque nos trasciende y es un don porque nace en el corazón de los llamados a entregar nuestra vida en su totalidad por amor a Dios sirviendo a los más necesitados con un corazón indiviso. La felicidad que experimentamos es inmensa, porque recibimos muestras de afecto y gratitud de muchas personas, no de una, sino de cientos. También recibimos el consuelo y la gratitud de Dios quien hace plena nuestra entrega dándonos el ciento por uno en esta vida y luego la Vida Eterna.