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El Papa, víctima

Benedicto XVI probablemente recordará la semana pasada como una de las más amargas de su pontificado. El intento, por parte de los de siempre, de implicarle en la protección a un sacerdote pederasta ha hecho sufrir, con toda seguridad, al Santo Padre, que ha visto su honor ultrajado.

De rodillas

Los ataques que ha recibido el Papa –el hecho de que la voz cantante la haya llevado el periódico The New York Times sirve para identificar quién está detrás- buscaban no sólo herir a la cabeza de la Iglesia, sino poner a ésta de rodillas, pidiendo una tregua, a cambio de la cual debería pagar un impuesto (bajar el nivel de su crítica al relativismo, al aborto y, quizá, algún compromiso político en Oriente Medio).

Un Papa santo

Cuando está a punto de cumplir ochenta y tres años y cinco como Papa, es un buen momento para hacer balance de la gestión de Benedicto XVI. Cada vez que se examina la labor de un Pontífice hay que ver, al menos, tres aspectos: su ejemplo personal, la tarea que ha realizado hacia dentro y la que ha llevado a cabo hacia fuera.

El Papa mártir

Juan Pablo II fue el “Papa Magno”. Cuando murió, antes de que fuera elegido su sucesor, era frecuente oír esto: “El Papa Wojtyla ha dejado unos zapatos que será difícil que alguien pueda calzar sin que le vengan grandes”. Benedicto XVI fue llamado al pontificado como alguien que tenía prestigio intelectual, acreditada honestidad moral y una hoja de servicios impecable. Sin embargo, todos le veíamos como un “Papa de transición”, como alguien que debía continuar la tarea iniciada por su predecesor y no durar mucho tiempo en el cargo debido a la edad que ya tenía.