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L.C.

Vida pública

(Lc 1,39-56 y Jn 2,1-12) 

Llegó el tremendo día en que su Hijo tuvo que abandonarla para irse al Apostolado. Fue tal vez una tarde, en la sobremesa: "Madre, mañana salgo a mi apostolado; dame tu bendición".  - Ya me lo esperaba, Hijo, desde hace tiempo.

Madre e Hijo se abrazaron efusivamente. María derramó furtivas lágrimas que cayeron sobre la túnica de su Hijo. 

Volvió a entender que ese Hijo no era suyo, no era para ella. 

Presentación en el templo

(Lc 2,22-39)   

Tercera instantánea del alma de María: el desprendimiento. Hemos visto su fe, su amor. Demos un paso más. 

Estaban felices con su Hijo en Belén. Parecía que esa felicidad no se iba a acabar. Quejarse de la pobreza, cuando tenían ese tesoro consigo, les hubiera parecido simplemente ridículo. 

Perdida en el templo

(Lc 2,40-50) 

Volvemos al templo...Parece que toda la vida de María gira en torno al templo. ¿Qué tendrá el templo que tanto fascina a María? 

La primera vez fue para ofrecer a su Hijo y quedarse sin él. Ahora vuelve a quedarse sin él durante tres días y lo encuentra una vez más en el templo para reafirmarle Dios que ese Hijo que tiene delante no le pertenece, está en los quehaceres de otro Padre, el Padre celestial. 

Nazaret, tarea educativa de María

(Lc 2, 51-52) 

María, con la espada bien clavada en el corazón, sale del templo, adolorida. Jamás hubiera pensado que fuera tan duro ser la madre de Dios. Tuvo que redimensionar mucho sus pensamientos. Ese santo orgullo que sintió en Belén por ser la madre de Dios, por tener entre sus manos al mismo Hijo de Dios, ahora ese mismo orgullo viene purificado por la espada de dolor.