Dos programas, tres videos, siete anuncios
Una
vez conocí a un chico de nombre Daniel. Me cayó bien y como la vida
estudiantil multiplicaba aquel primer encuentro, pronto nos entrelazó
algo de amistad.
Siempre parecía sereno, con una alegría equilibrada. Siempre tenía
ideas frescas, algún comentario sobre un libro, un cierto contacto
sensible con la naturaleza. Pero una cosa rara notaba en él: no seguía
nuestras conversaciones.