Oración a Nuestra Señora
Oración a Nuestra Señora
¡Oh! María, esperanza mía, bajo tu manto quiero vivir y morir, líbrame de pecado en este día y dame tu santa bendición. ¡Gracias Madre mía!
¡Oh! María, esperanza mía, bajo tu manto quiero vivir y morir, líbrame de pecado en este día y dame tu santa bendición. ¡Gracias Madre mía!
Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada,
madre de la vida y madre de la salvación.
Por ti nos acoja el que por ti se entregó
a nosotros. Tu integridad excuse en tu
presencia la culpa de nuestra corrupción.
Y que tu humildad, tan agradable a Dios,
obtenga el perdón de nuestra vanidad.
Que tu incalculable caridad sepulte el
número incontable de nuestros pecados y
que tu fecundidad gloriosa nos otorgue
la fecundidad de las buenas obras.
A Tí que eres la Madre,
que amas con ternura,
venimos a ofrecerte nuestra vida
y a decirte que te amamos;
que somos tus hijos que confiamos
en el poder de tu protección.
Llévanos sobre tu corazón
junto al Niño que descansa en tus brazos,
consuélanos en la aflicción,
fortalécenos en la tentación.
Haznos crecer en la fe, en la esperanza,
y en el amor a Dios y a los hermanos.
Conserva en nuestro interior
la alegría de ser hijos de la Iglesia.
Señor, inspira estos hombres y mujeres que llevan
los títulos de "Esposo" y "Esposa".Ayúdalos a mirarte a Tí, a ellos mismos, uno al otro, para redescubrir la plenitud y el misterio que una vez sintieron en su unión.
María, Madre del redentor, implora para nosotros el don de la paz de Cristo.
Tú diste a luz al Salvador del mundo, enviado a anunciar la paz a los cercanos y lejanos y a reunir a los hombres de toda raza y estirpe en una sola familia.
Escucha las súplicas de tus hijos, por los pueblos que sufren, haz que pronto claree para ellos el alba de la paz y de la vida nueva.
Santa María, Madre de Dios,
consérvame un corazón de niño,
limpio, puro y transparente,
como un manantial;
dame un corazón sencillo,
que no rumie sus tristezas;
un corazón magnánimo
al entregarse,
tierno para la compasión;
un corazón fiel y generoso
que no olvide ningún bien,
ni guarde rencor por ningún mal.
Oh Madre de piedad y de misericordia, Santísima Virgen María, yo miserable e indigno pecador en ti confío con todo mi corazón y mi afecto; acudo a tu piedad para que, así como estuviste junto a tu dulcísimo Hijo, clavado en la cruz, también te dignes estar con clemencia junto a mí miserable pecador, y junto a todos los sacerdotes que aquí y en toda la santa Iglesia van a celebrar hoy, para que, ayudados con tu gracia, ofrezcamos una hostia digna y aceptable en la presencia de la suma y única Trinidad. Amén.
Eres, oh María, señora de la historia,
porque en ti se cumplió "la plenitud de los tiempos".
Se inauguró contigo una nueva era
en la historia del hombre y Dios.
Nos llena de gozo saberte tan de ayer
y tan de hoy. ¡Tan de siempre!
Nunca envejecida, ni olvidada.
Siempre joven, como la gracia de Dios.
Te cantamos hoy,
como te cantaron ayer y te cantarán siempre
todas las generaciones:
¡Tú eres la flor más hermosa
y el fruto más preciado de la humanidad!
Oh Madre que con tu misericordia
has penetrado en mi corazón
ten piedad de mí.
Tú que desde lo alto
me has hecho ver la Verdad
me libraste de caer
en manos enemigas,
eres admirable en tu amor
en tu bondad divina.
Por medio de Ti
recibimos la Gloria del Señor.
Mi boca pronunciará
eternamente Tu Nombre,
que quede yo impregnada de Ti.
Madre eres como un manantial
emanando sabiduría
y el camino hacia el Todopoderoso.
Alabada siempre seas.
Amén.