Padre Mariano de Blas L.C.
María, una mujer inmensamente feliz
María fue una mujer inmensamente feliz... Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era directora del jardín de niños de Nazareth. Tampoco presumía de nombramientos, como Miss Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni en los periódicos.
Pero poseía una sólida base de fe, esperanza y caridad y de todas las virtudes. Tenía gracia y santidad...Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada la falta.
María, la que más conoce y mejor puede enseñar
Conversión: cambio, nueva vida, hombres y mujeres nuevas. El Reino de Dios está cerca. El reino del Diablo se acabó. De ahí el cerrar la puerta al pasado y abrirla a la nueva vida. Arrepentirse del pecado: dejar la enemistad con Dios, dar la espalda al pecado en todas sus formas. La nueva religión exige un rompimiento fuerte con la vida anterior, la vida que era la muerte en el pecado y en la desvergüenza. El que no nace de nuevo no puede ser cristiano, como afirmaba Jesús a Nicodemo.
María, eres mi madre y mi maestra
“¡Oh, María, no sólo eres mi madre, sino también mi maestra, y quiero ser una obra maestra en tus manos! Alfarera divina, estoy ante ti como un cantarillo roto, pero con mi mismo barro puedes hacer otro a tu gusto. ¡Hazlo! Toma mi barro, el barro de mis dificultades, de mis problemas, de mis defectos, de mis pecados. Toma ese barro, ese barro que se ha deshecho tantas veces por obra de Satanás, del mundo, de las tentaciones, de la carne, y construye otro cantarillo nuevo, mejor que el del principio.
María veía el cuerpo de su Niño desgarrado
Tú sabías lo que era una flagelación. Lo sabían todos. Pero ahora era tu Hijo. Lo veías con la pupila abierta y enrojecida: El cuerpo de tu Niño desgarrado; veías, no te imaginabas, los gestos de dolor a cada golpe que nunca terminaba y que iba volviendo roja toda la piel de Jesús, piernas, brazos, el pecho, la espalda, hasta la cara con la sangre que corría casi desde los ojos como una cascada de flagelos.
María te ofrece al Hijo de Dios
1- En aquel templo se habían ofrecido muchos animales, en particular abundantes corderos. Muy poco valían- aquel día una joven madre ofrecía un par de tórtolas con una mano y con la otra y con el corazón ofrecía la ofrenda mejor, salida de sus purísimas entrañas, al Hijo de Dios envuelto en la carne del hijo del hombre. El templo se había hecho para esta ofrenda única. El Padre la aceptó totalmente satisfecho. Tomó aquel puñadito de carne de manos de María diciendo. Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias. ¡Gracias, María! ¡Gracias, Hijo mío”.
Madre, no he sabido ser un buen hijo.
Nos hablaron de María en el sermón de la Iglesia: Bajaste los ojos tristes. ¡Qué Madre tan grande, tan maravillosa; Madre Purísima, Santísima, tan desperdiciada!
No has sabido ser buen hijo; ¡qué lejos de serlo! Has vivido a tu cuenta y riesgo la dureza de la orfandad; pero Ella sigue siendo tan buena madre como siempre: por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido.
Amar con amor
“¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?”
Preguntaba el poeta. Que el amor de Dios existe, nadie lo puede negar; que es un amor extraordinario, tampoco.
“La Eternidad nos ama, la Inmensidad nos ama”, decía san Bernardo.
Amor con amor se paga. Así como es cierto que Dios te ama, también es cierto que te pide una respuesta de amor.
Ama todo lo que puedas, y como mejor sepas; y habrás cumplido..
Amar la naturaleza
Amad a los cielos a los que casi ni miran los hombres; amad el sol y la luna y las estrellas que hablan tan bellamente del Amor.
Amad los campos y las flores dejados con tanto cariño para alegría de nuestros ojos.
Amad las aves, los valles, los mares y ríos...
Los amaneceres y puestas de sol no pasan desapercibidos al verdadero enamorado.
Alma de niño
La vejez y la mugre y la interminable cadena de mis mediocridades no han matado aún esa alma de niño que ha sobrevivido a todo.
Desde lo más hondo de mi alma aflora un deseo incontenible de mirar y abrazar a ese Dios siempre buscado, querido y adorado por lo más mío.
Hoy quiere decirle ese niño, que es lo más puro, lo más mío, lo que aún no está podrido:
“Te amo, Señor, eternamente”.