Todo
su ser arranca de Dios, por Cristo. En Dios está el origen, el medio y
el fin de su vida. En Dios está su vida y su ser; en Él su vocación y
su misión.
Por
eso, la elección no debe partir simplemente desde usted, porque su
elección tiene ya una raíz en Dios y es a través de la voluntad de Dios
como ha de contemplar siempre su vida. No puede simple y llanamente
partir de sí mismo: si me gusta, si me es fácil o difícil, si podré o
no... Antes hay que escudriñar lo que Dios quiere, y desde la atalaya
de Dios elegir lo que su voluntad nos imponga.
Y cuando este faro de fe ilumina la vida, y en el centro se pone la
voluntad de Dios, lo fácil o lo difícil, lo que atrae más o menos, el
gusto o el disgusto pasan a segundo término. Entonces puede venir el
mundo, el demonio o la carne, y Dios y su voluntad se alzará por encima
de todo. Cuando Dios ha dado una misión no se puede jugar con otras
posibilidades, como si Dios estuviese a la altura del mundo.
Entonces
hay que ser más radicales y tenerlo todo por basura frente al tesoro
incomparable de la posesión de Cristo. Ese Cristo del que nada podrá
separarlo una vez que haya probado su amor y comprendido su necesidad.
Desde Él ya podrá luego encontrar todo lo hermoso de la vida, pero sin
perder ni opacar para nada su amor en Aquél por quien son y en quien
existen todas las cosas.