Nada eficaz lograremos en nuestra vida sin una decisión de permanecer en la línea de lo que nos hemos propuesto, concretamente luchar porque Cristo reine en nosotros y, a través de nosotros, porque reine en todos los hombres. Es el problema de la perseverancia ante el cual nos previene Cristo: "El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de los cielos" (Lc 9,62).
Unos de los riesgos de nuestra juventud es entusiasmarnos fácilmente con ideales y empresas nobles, y dejarlo todo a medio hacer ante la primera dificultad. Los hombres del Reino han de ser eminentemente constantes, perseverantes hasta morir en la raya.
Es relativamente fácil dar la vida en un acto heroico que suscite la admiración de los hombres; pero ¡qué difícil es darla día a día, minuto a minuto, en el cumplimiento de una palabra dada a Cristo de luchar por su Reino! Pido a Él les conceda la que con razón ha sido llamada la gracia de las gracias, el don de la perseverancia, recordando que "no el que dice: 'Señor, Señor' entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre celestial" (Mt 7,21)