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Nuestro fin: que Cristo reine

El nombre Regnum Christi contiene en sí mismo toda una espiritualidad y toda una mística, pues su fin es hacer presente el Reino de Jesucristo en el corazón de los hombres y en el seno de las sociedades. Los Evangelios, especialmente los sinópticos, nos describen cómo debería ser ese Reino. Jesucristo mismo dedicó parte sustancial de su predicación en Galilea, en las orillas del lago de Tiberíades, a delinear ante las muchedumbres las características de este Reino que "estaba cerca" (Mt 4,1; 4,17), más aún, que se actuaba con su presencia entre los hombres.

Cristo describe el Reino como una realidad misteriosa y sobrenatural que actúa en la historia humana, y en el corazón de cada persona de tal manera que los transforma desde dentro con la fuerza de Dios. Así, el Reino de los cielos es como un grano de mostaza: pequeño, insignificante, desapercibido ante los ojos de los hombres. Pero, una vez que ha sido radicado en tierra buena, crece, de día y de noche, sin que nadie sepa cómo. Al cabo de un cierto tiempo ese grano pequeño ha llegado a ser un árbol frondoso (cf. Mt 13,31 ss.). Y es que el Reino de Cristo no puede permanecer estático. Corre dentro de él, vivificándolo, la savia transformante de la gracia. El Reino no es ciertamente una realidad aparatosa, espectacular, pues el Reino es algo interior al alma (cf. Lc 17,20). Pero sí es una fuerza impetuosa y transformante, como la levadura en la masa.