La cruz que
meditamos ahora en Semana Santa es también el misterio de nuestra
confianza y de nuestra grandeza, porque Cristo ha querido acercar a
ella nuestra pequeñez, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro
dolor y nuestras lágrimas. Y así, al morir y sepultarnos con Él por
nuestra fe y nuestro amor, al entregarle aquello que somos sin
condiciones, es cuando nuestra existencia pobre y débil se transfigura
y resucita con Él.