No importa caer mil veces, si se ama la lucha y no la caída. Por eso la
desesperación no tiene sentido, sobre todo en el que lucha junto a
Cristo. El esfuerzo de una lucha continua puede gustarle más a Cristo
que la posesión pacífica y cómoda de una victoria.
Por
eso,siga luchando sin cansarse por Cristo, pues del que lucha es su
Reino. En las batallas, no todos ven la victoria; pero la lucha ya es
victoria: es no aceptar una posición de tibieza, es reconocer que se
quiere ser mejor, y no contentarse con la santidad adquirida o con los
propósitos pronunciados o escritos. Luchar es dejar a un lado la teoría
y bajar la voluntad a la práctica.