La
mayoría de los hombres luchan desesperadamente por las cosas de aquí
abajo, mientras que nosotros, por una especial gracia de predilección,
luchamos por algo más trascendental y que rebasa los límites del tiempo
y de la materia con las perspectivas de la salvación de las almas y el
Reino de Jesucristo; la lucha no sólo resulta llevadera sino más aún,
atractiva.
Lo
único verdaderamente doloroso en nuestro caso es nuestra pequeñez y
limitación a la vista de tantas y tantas necesidades. ¡Qué misterio tan
estrujante resulta para mi alma la contemplación de esa inmensa masa de
la humanidad que se revuelve en medio de indefinibles dolores y
miserias temporales y espirituales! Y ante todo ello nuestro amor a
Cristo, nuestro amor a esa humanidad que es continuación de su Cuerpo
Místico, nuestra impotencia, nuestra pequeñez, nuestra nada... Misterio
al fin y al cabo ante el cual tenemos que inclinar nuestra cabeza
dejando que chorree sangre el corazón.