La necesidad de ir al “oftalmólogo”
El valor de la pureza
1) Para saber
En una ocasión un astrónomo le prestó su telescopio a un amigo para que viera las estrellas. Sin embargo, al día siguiente su amigo enfadado se lo regresó diciéndole que o no servía, o estaba muy nublado, pues todo se veía muy borroso. El astrónomo apenado revisó el telescopio, pero no encontró ningún desperfecto y el cielo estaba claro. Entonces le sugirió a su amigo que fuera a un oftalmólogo. Grande fue la sorpresa cuando le descubrieron que tenía cataratas y habría que operarlo. El problema no era ni el telescopio, ni las estrellas, sino que estaba en él.
Algo semejante sucede con algunas personas. Se les dificulta entender la Voluntad de Dios o las cosas espirituales, y reaccionan negando esas realidades espirituales o despreciándolas.
En ocasiones, aunque no siempre, la “falta de vista” se debe a la falta de limpieza en el alma. Especialmente se debe cuidar lo que vemos u oímos. Se dice que los sentidos son las puertas del alma, pues por ahí entra todo, y nosotros decidimos si dejamos entrar también lo malo. El Señor nos lo dejó dicho: “Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos. Todo tu cuerpo tendrá oscuridad” (Mt 6, 22-23).
En nuestra vida espiritual es posible tal “operación” para limpiar nuestra alma y conocer así de un modo perfecto las maravillas sobrenaturales. Esa limpieza la lleva a cabo el Señor mediante el Sacramento de la Penitencia.
2) Para pensar
Cuando a una persona le falta apetito, es síntoma de una enfermedad, pero no se le ha de dejar de alimentarlo, pues entonces seguiría debilitándose.
En lo espiritual sucede algo semejante. A la persona puede costarle mucho esfuerzo las cosas relativas al Señor: ya no quiere “alimentarse” con las cosas espirituales. Ya no aprecia el valor que tiene, por ejemplo, la Eucaristía, el rezo del Rosario, el pudor o la virginidad. La solución está en seguir alimentándose espiritualmente, pues de lo contrario, se “debilitaría” aún más.
El premio para quienes se esfuerzan por cuidar la pureza de su alma es muy grande. Jesucristo nos promete la vida eterna: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Conocer a Dios, la pureza infinita, significa una belleza incomparable, estar alejado de todo lo corruptible, de toda mancha.
Ante la gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo, hemos de saber y luchar por quedar a salvo. Hoy podemos pensar si tratamos de conservar esa limpieza, o de recuperarla cuanto antes en caso de perderla.
3) Para vivir
Si cuando vamos a una frutería no se nos ocurre comprar la fruta agusanada, de igual manera no podemos permitir que la televisión nos de a “comer” aquellos programas o películas “agusanados”. Se trata de ser limpios de corazón estemos donde estemos: al ir por la calle, en el ambiente en que nos movemos, con nuestras amistades, en la playa, al ver la televisión o el cine, etc.
Hemos de saber reaccionar con rapidez y evitar todo aquello que pueda manchar a nosotros y a nuestras familias. Entonces apreciaremos el tesoro que se lleva en el corazón.